El corazón de la Iglesia
Escucha la Firma de José Luis Restán del martes 27 de mayo

Escucha la Firma de José Luis Restán del martes 27 de mayo
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En los primeros momentos, tras la elección de León XIV, me llegó por WhatsApp una entrevista de unos diez minutos en la que el cardenal Robert Prevost hablaba de sus orígenes, de su familia y de su vocación al telediario TG1 de la RAI. Aparte de ser una delicia escucharlo, ofrece algunas claves preciosas que hablan del tejido profundo de la Iglesia que conviene no perder ahora que todo el mundo habla de programa de gobierno, de reformas y otras cosas. Con palabras de una sencillez que desarma, el cardenal Prevost habla, por ejemplo, de la casa familiar en Chicago, donde se respiraba la fe dentro de lo cotidiano; de la escuela y de la parroquia donde fue surgiendo su vocación al ver cómo vivían algunos sacerdotes; de su gusto por la comunidad, algo muy propio del carisma agustiniano.
Me ha impactado especialmente la forma en que habla de su padre, con el que conversaba largamente de sus preocupaciones, de sus dudas, de sus opciones… Fue su padre quien le insistió en la necesidad primordial de conocer a Cristo, de familiarizarse con Él: “lo había oído mil veces a los formadores, pero cuando mi padre me hablaba así… era otra cosa”. Con algo de humor advierte que su padre “no era un director espiritual” y, sin embargo, mirarle y escucharle valía más que todas las prédicas… como le pasaba a Santa Teresa de Lisieux cuando contemplaba en Misa el rostro de Louis Martin, su padre.
En otro momento de la entrevista habla de la gran esperanza que la voz de la Iglesia puede ofrecer al mundo. Faltaba poco para que Robert Prevost se convirtiera en León XIV cuando decía que, evidentemente, existe una dimensión institucional que es preciso cuidar, pero advertía que no ese el corazón de la Iglesia, sino la comunión en la fe vivida por hombres y mujeres que son testigos en circunstancias muchas veces dramáticas, hasta llegar al martirio, que dan la vida movidos por Cristo. Pues esta es la Iglesia, la de aquel maestro apellidado Prevost que hablaba con su hijo al final del día, la de los mártires, la de tantos que llevan el Evangelio allí donde viven, sencillamente.