La foto de hoy llega de Castro Caldelas. Del cielo llueve fuego. Unos mozos, y algunos no tan mozos, sostienen en lo alto unas picas. Los palos llevaban en la punta un haz de paja de centeno muy bien atada . Las espigan pasaron por la era. Sobre la parva el trillo. Sonaban las campanillas de las mulas. Después de aventar lo que quedó se formó el alviar. Eso fue cuando todavía era verano. Ahora cuando han llegado los fríos, por la fiesta del señor San Sebastián, la caña sin grano arde con colores de oro joven y de melena albina. Las pavesas saltan huyendo de ese breve instante que las convertirá en ceniza. Chispas de poco en corazones de paisanos exaltados. Gritan, se albo-rozan, saltan de alegría los mozos y los no mozos porque los hachones de carrizos alumbran la noche tenebrosa y oscura.

Celebran la victoria, la breve ventaja sobre las sombras. Salieron de procesión encaminándose hacia la ermita. Y ahora, ya en el cerro, han prendido las antorchas. Los mozos y los que no son tan mozos madrugaron para no perderse la alborada, y luego el cielo de púpura y de rosa y de escarlata. Y luego el sol, grande, como un disco. Que parece que nunca sería derrotado, el sol invencible.

El sol fue invencible hasta que se marchó y los dejó otra vez hambrientos de luz e inquietos por si habrá o no habrá más amanecer. Y todo oscuro salvo las noches de luna y venga sonidos extraños, los gorrinos gruñendo que parecen bestias desconocidas porque todo se hace amenaza y da mucho miedo cuando el mundo está en penumbra. Antorchas, hachones, ventanas que las luces del entendimiento son ya ceniza, que el sol ha sido derrotado.