La foto de Fernando de Haro: "El volcán de la música no deja de lanzar la lava de una alegría..."

Foto de un salón de baile. UN salón alargado. Quizás una galería de arte. De las paredes cuelgan grandes cuadros con dioses que juegan con pastoras, con faunos que tocan la flauta, con astros guerreros. Los personajes retratados en los lienzos son los únicos que están bien quetecitos. Una liguera luz malva se proyecta sobre el artesonado, un artesona con forma de bóveda que parece agitar el aire y pintar una brisa violeta en las alturas. Esa luz llega al suelo y proyecta reflejos sobre un suelo de parqué con tablones muy nobles. La chica de la primera pareja, con el pelo recogido, echa a volar una gran falda azul con cenefas blancas. La falda forma una campana que gira y convoca a los espíritus celestes con un frufrú de alas, de plumas a las que el paraiso les resulta familiar. La chica extiende el brazo cubierto con un largo guante blanco que sostiene un caballero con frack que está desdibujado. El volcán de la música no deja de lanzar la lava de una alegría incandescente y la fiesta vaporosa parece haber hecho de la vida algo ligero, sencillo, para hacer de la vida algo conquistado. En el siguiente tema la música ya no es aerea, el lamento de los violines se hace con la escena. Los colores de la cuerda parecen un lamento. Había quedado en las esquinas del viento el estruendo de los timbales y de los trombas pero se ha disuelto y los pies y los vestidos ahora parecen haber entrado en la cofradía de los mendicantes.