La foto que me ha llamado la atención hoy la han tomado en Rio de Janeiro donde se celebra un festival muy conocido. La protagonista absoluta del retrato es una conocida rapera de formas exuberantes. Ha ahorrado mucho en tela y el corsé que gasta está empedrado de verdes llamativos, rosas y amarillos imposibles. A la rapera le salen de las espaldas unas alas formadas por largas plumas que imitan las de algún ave tropical. Los plumones se despliegan con destellos lima, magenta, limón y plata. Sobre la cabeza la cantante luce también un gran florero arcoiris. Megan, que así se llama, con una piel de cobre, entre las pestañas bien pavimentadas de rímel y las cejas, luce una sombra esmeralda que parece en fuga. Megan, que así se llama, abre una boca muy grande y alza una mano con uñas de águila. Megan, que así se llama, es din duda la reina del baile. Consigue concentrar todas las miradas, todos los que la rodean admiran su guapura, sus formas, su desparpajo, , su iridiscente atuendo, la gracia con la que se mueve. No canta bien, pero es lo mismo. Megan, que así se llama, es la reina del baile y hace lo mismo que hacemos nosotros sin disfraz ni contoneo. Los jueces dictan sentencia con el inconfesado deseo de ser los reyes del tribunal, los médicos se ponen el fonendo queriendo ser los reyes del hospital, los barrenderos rascan la acera queriendo ser los reyes de la calle, los niños quieren ser los reyes del patio. Los camioneros quieren ser los reyes de la carretera. Los albañiles, los reyes de la paleta. Los periodistas patológicamente quieren ser los que explican a todo el mundo la vida. Sin una estima que riegue la duna insaciable de nuestro pecho es difícil amanecer.