Foto tomada en un país de Europa que está en la frontera. En realidad toda Europa es frontera y si no es frontera no es Europa. Foto tomada en un campo con montañas al fondo, nubes que dejan el día triste. Campo en el que los arriates con rosales le llegan al pecho a dos mujeres que recogen cosechas de pétalos. Las dos señoras han desayunado queso curado con salmuera y musaka. Necesitaban fuerzas. Ahora después de un rápido amanecer que ha dejado en el aire húmedo una promesa de claridad recogen las flores abiertas. Una de las mujeres alarga la mano con gesto adusto para hacerse con un capullo rosa . Todas las rosas son la misma rosa, todas son la única rosa, una breve y tierna imagen del mundo. Y es fácil que el que mira la foto se olvide del madrugón de las dos mujeres, del jornal escaso, de las muchas horas de trabajo, de los hijos y de los nietos en casa que esperan algo de comer, de los hombres borrachos y vagos. Es fácil que las dos mujeres que cosechan terciopelos de ternura arranquen suspiros a los que miran la foto. Suspiros como los de poetas que dicen que la vida es la sombra de un sueño, poetas que se sientan en la orina de un río que se llama nada a deleitarse con juegos inútiles. Los que suspiran ante la foto de las cosechadoras de rosas se olvidan del niño en la cuna y del pan en la mesa. Los suspiros por un mundo que se fue, por las flores del arriate marchito, los suspiros por un mundo que nunca existirá, esos suspiros son los suspiros que salen de la boca de quien ha decidido rendirse.