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"Prefiero este Parlamento vivo y a veces feo que la atonía de los tiempos bipartidistas"

El bueno, el feo y el malo en 'La Linterna' con Jorge Bustos: el Pacto de Toledo, el Congreso y los platós de televisión

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 22:26

Semana de intenso debate político esta que termina, y que ha colocado al Parlamento en el centro de la vida pública, que es donde tiene que estar. Entre las pensiones y la prisión permanente revisable no nos ha quedado tiempo de mirar a Waterloo, donde languidece el espectro de con flequillo de un golpista que ya aburre hasta a sus feligreses más amarillos. Pero las dos cuestiones que hemos citado tienen un indudable calado que a los aficionados a la dialéctica parlamentaria nos reconcilia con la política considerada como representación popular y reglamentación del conflicto democrático. Así que voy a innovar esta semana también y no voy a elegir personas para los papeles de bueno, feo y malo sino lugares, foros que han acogido los principales debates de la actualidad.

EL bueno: el Pacto de Toledo

Pues el bueno de la semana es un sitio abstracto que todo el mundo reivindica y al que nadie quiere ir de verdad, que es el Pacto de Toledo. Su localización geográfica no está en Toledo, sino en una sala del Congreso de los diputados que acoge la comisión de los responsables del debate de las pensiones. Un debate tan serio que un buen día se acordó sacar de la lucha partidista para facilitar el análisis técnico y las soluciones concretas. Ese buen juicio, sin embargo, ha naufragado. Hoy la política ha sido secuestrada por un clima de permanente tensión demoscópica, preelectoral y emotivista, donde la demagogia contamina todas las posiciones del arco ideológico. Es verdad que el pleno de las pensiones lo ganó Rajoy, porque lo abordó con la seguridad de quien se sabe el tema infinitamente mejor que la oposición, pero también Rajoy evitó afrontar la cruda realidad –es decir, que el sistema no es sostenible a medio plazo- para no espantar a sus votantes en el ciclo electoral que se abre el año que viene. Su obligación es liderar el impulso al Pacto de Toledo, poner reformas hondas encima de esa mesa, pero a estas horas el Pacto de Toledo sigue criando telarañas. Porque nadie quiere pisar un lugar donde el partidismo esté prohibido. Si puedes atacar, para qué consensuar.

El feo: el hemiciclo

Que no es otro que el mismísimo hemiciclo, Juan Pablo. El Congreso ha servido esta semana para lo que tiene que servir, que es alentar debates con buenos argumentos entrechocando entre sí como solo chocan las cosas sólidas. De un debate fallido como el de las pensiones, sumado a un debate vibrante como el de la prisión permanente revisable, solo podemos sacar la media entre lo bueno y lo malo, que en esta sección es lo feo. Fue feo ver al juez Campos de PSOE enzarzarse con Rafa Hernando a cuenta de unas declaraciones políticas realizadas a pie de iglesia tras el funeral del pobre Gabriel. Fue feo ver a Margarita Robles subir a la tribuna sin papeles, en la arrogancia de quien no cree necesitarlos, y terminar mezclando las pensiones con la amnistía fiscal, los recortes, el feminismo, quizá la malaria y no sacó un cubo de chapapote gallego para tirárselo a don Mariano de puro milagro. Pero así y todo, yo prefiero este Parlamento vivo y a veces feo que la atonía de los tiempos bipartidistas. Porque los españoles somos vehementes, y a veces feos, y es justo que quienes nos representan lo sean también.

El malo: los platós de televisión

Ese lugar, Juan Pablo, es el plató de televisión donde los debates se bastardean por sensacionalismo. Donde los argumentos se degradan a la condición de rapapolvos. Donde uno mismo, que acude regularmente a los platós y que se esfuerza por mantener cierta apostura dialéctica, termina a veces participando de un circo que avillana las razones y encumbra los aullidos a mayor gloria del audímetro tiránico. Seguiré yendo, porque la opinión se crea y se difunde mayoritariamente desde los platós, pero confieso que hay semanas en que me deprimen el buitreo de los restos de un crimen nauseabundo o la reducción de toda civilizada discusión a populismo cainita. Sin televisión quizá el pueblo viviría desinformado y desentendido de lo que los políticos hacen con sus impuestos y sus derechos, y eso es peor que todo el amarillismo y toda la demagogia. Pero hay momentos, Juan Pablo, en que uno desearía encerrarse en el claustro de Silos una temporada y lanzar el móvil al río Arlanza. No descartes que lo haga un día. Pero antes tengo aún muchas balas que disparar

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