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"Son las ocho, las siete en Canarias.

El día pasa por el lamentable espectáculo en el Congreso de los Diputados -un bochorno, otro, que ya empieza a ser habitual-, por el varapalo de Bruselas a las cuentas que Pedro Sánchez pactó con Pablo Iglesias y por la retirada de todos los nombres que estaban encima de la mesa para el Consejo General del Poder Judicial.

Así que como seguramente estás tan hasta las narices como yo, me quiero detener unos minutos en un tema que ayer, en esta linterna, nos heló la sangre.

Nuestra compañera María Verza, corresponsal en México,v nos ayudó a que Orbelina, migrante hondureña que ya ha llegado a la frontera con Estados Unidos, hablara con sus tres hijos, con su hermana y con su madre. El encuentro fue brutal. Muy emocionante.

La mamá está en Tijuana junto a su esposo, Alberto. Llevan semanas de caminata. Solo esperan trabajar en alguna casa o como pintor en alguna obra.

Fue un momento increíble. Emocionante para esa familia, para nosotros y seguro que para ti, oyente, también.

Lo que ocurre es que ante este drama de los migrantes que atraviesan México a millares rumbo a Estados Unidos, creo que no nos estamos fijando en la clave. Tratamos el tema como un suceso, una caravana, una ocurrencia o una bravuconada de Donald Trump, y no nos fijamos en el fondo de la cuestión.

La clave radica en que esta gente, los miles y miles como Orbelina y Alberto huyen de las maras. De ese nuevo modelo de violencia y guerra que es el crimen organizado; las bandas salvajes; la droga y el terror en la puerta de tu casa. Ya sea en Honduras, El Salvador o en Guatemala.

Hace unos meses, un equipo de COPE hicimos radio en ciudad de Guatemala. Allí conocimos a Agustín. Un ex miembro de la mara 18.

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Bien, gente como Orbelina y Alberto; y tantos miles huyen de ese infierno. Como huirías tú y como huiría yo. Sin duda alguna. Huyen antes de que recluten a tu hijo; de que se violen en grupo a tu hija o de que te destrocen a ti.

Esa caravana de migrantes huye hacia el norte como huyen los subsaharianos de Boko Haram; los magrebíes de la miseria o los sirios de la guerra total.

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No verlo es, por nuestra parte, una actitud absolutamente cínica. Y cobarde. No reconocer su terrible realidad es demasiado cómodo para nuestras conciencias y nuestro egoísmo.

En Mc Callen; en la frontera de Texas con México, a la sombra del muro de Donald Trump, un padre y su hijo lo explican como nadie:

“En mi caso yo ya tuve unas experiencias algo feas, estuvieron a punto de asesinarme en tres ocasiones. Con respecto a las pandillas, es bien complicado, no hay comunidad, colonia o departamento que se esté salvado de ese virus”.