

"Nunca dejó de ser Jorge y al que le molestara, ajo y agua. Nunca dejó de ser ese joven que vio su vocación en una iglesia en Buenos Aires"
El director de 'La Linterna', desde el Vaticano, analiza la figura que ha supuesto el Papa Francisco para la Iglesia y para el mundo
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Ayer le vimos con vida por última vez en unos instantes que seguro quedarán grabados para siempre en nuestra memoria. Hoy observamos ese rictus de ayer mismo, ese hilo de voz, ese esfuerzo para respirar siquiera y solo puedo decir que ese hombre lo sabía.
El padre Jorge sabía que se estaba apagando y quiso despedirse armando lío, el lío que ha ido montando durante toda su vida y especialmente en los últimos 12 años de destino en Roma.
Estamos en la columnata de la Plaza San Pedro en la esquina con la Vía Conciliazione, Piazza Pio XII Defensor Civitatis. Este es el esquinazo. Hay miles de fieles ya. De fondo ha empezado la oración por el Papa Francisco. La plaza está tomada por la policía, por los carabinieri, por el ejército italiano. Importante es venir a la seguridad en este inmenso corralito de la prensa.
Y aquí vamos a vivir los próximos días. Aquí te vamos a contar todo. Preguntas ¿y ahora qué? O mejor dicho, ¿y ahora quién? Saldremos de dudas en dos o tres semanas, no más. Hasta entonces todos eran cábalas de supuestos expertos, quinielas como si esto fuera el relevo de un entrenador de fútbol, tertulias tipo película de Hollywood.
Y mira, mi consejo es que ni caso. Los cardenales electores sabrán. Yo desde luego no voy a contribuir a bajar el nivel de estos días para la historia de la Iglesia y para la historia del mundo.
Ha muerto el Papa Francisco y me vienen a la cabeza muchos momentos vividos muy de cerca por todo el mundo. Cómo no, aquella mañana en la iglesia de Valdocco, en Turín, cuando le entregué personalmente el libro de Don Bosco, el fundador de los salesianos. Conservo la foto junto al cardenal Ángel Fernández Artime y recuerdo cómo el Papa me dio las gracias mirándome a los ojos y dijo algo así como, '¡qué obra' en referencia a Juanito Bosco.
Recuerdo su imagen por el malecón de La Habana, aquellas jornadas con mi colega Paloma García Ovejero y especialmente me vienen a la memoria las imágenes del Papa en El Cairo. Aquella reunión en la universidad de Al-Aqsa, el máximo centro del islam, y el viaje, muy reciente, a la República Democrática del Congo, a la capital, Kinshasa, uno de los lugares más terroríficos del mundo. O a Iraq, donde visitó Mosul y el Valle del Nínive, allí donde empezó todo. O Auschwitz, el campo de concentración nazi como máximo templo de la maldad y de la sinrazón humana, allí lloró Francisco en memoria de millones de judíos. Y allí le recuerdan como pudimos confirmar el pasado mes de enero.
O Sicilia y Lampedusa, desde donde nos abrió los ojos y el alma ante el drama atroz de la inmigración. Fíjate, si tuviera que fijar un tema, una clave de estos 12 años de Francisco en el Vaticano, sería precisamente esa, la vergüenza del drama de la inmigración masiva de millones de personas, desde la guerra, las dictaduras, la miseria, el hambre, el cambio climático. En este sentido nos abrió los ojos y el alma con esos éxodos y con el medioambiente, y nos hizo mirar a Venezuela, a Siria, a Ucrania y a las víctimas.
El drama de la inmigración como el tema de nuestro tiempo y junto a ello, y como ellos, los pobres entre los más pobres, sin importar su color, su etnia o su religión, desde los rojiñas hasta las refugiadas ucranianas, desde los cristianos de Palestina y el párroco de Gaza, hasta esos drogadictos tirados, tiradísimos en las villas miseria de su Buenos Aires natal, de su riquísima Argentina. Y aquí me detengo un minuto, precisamente en Buenos Aires.
Hace solo tres semanas estuvimos en la casa donde nació, en la parroquia donde se ordenó, en las iglesias del ultramundo más pobre y desgarrado que fundó, entre la miseria más inimaginable que puedas concebir en un país como la Argentina, y ahí fue donde Jorge, el padre Jorge Mario, el obispo Bergoglio, se hizo sacerdote. Ahí, entre las ratas, el mate, el crimen y el vaco, la base de coca, se formó el Papa Francisco y así se explican muchas cosas, incluso para sus críticos.
Es curioso, pero en estos últimos días de su vida aquí, entre nosotros, ha criticado el desprecio de los migrantes en la propia cara del vicepresidente de Estados Unidos. Ha clamado por la paz en Ucrania y en Oriente Medio. Y ha visitado la cárcel donde empezó su pontificado, empezó lavando los pies a los presos. Genio y figura hasta el final. Hasta el final ayer mismo, en ese último paseo en papamóvil.
Y mi postdata, su clave personal. Nunca dejó de ser Jorge y al que le molestara, ajo y agua, ya sabes. Nunca dejó de ser ese joven que vio su vocación en una iglesia en Buenos Aires. Un sacerdote al que no le dieron miedo los drogadictos de la Recoleta, ni los pobres de Kinshasa, ni las mujeres explotadas y violadas que se tiran al Mediterráneo.
Nunca le dieron miedo los dictadores como Putin o los terroristas yihadistas. Un cura, el padre Jorge, que ha muerto esta mañana recordando que el cristianismo es la religión más perseguida del mundo. ¿Y sabes qué? Seguro que desde aquí, desde esta plaza de San Pedro, si estuviera vivo, nos repetiría esto. Pues eso, algunos vamos a seguir haciendo lío, padre Jorge.