España, entre la tragedia de la inflación, la inestabilidad y la crisis, y también del sainete. El sainete por ejemplo con el “caso Pegasus”, el supuesto espionaje a los principales líderes del “Proces”, -unos 60 nombres- por parte del CNI, usando el famoso programa informático de origen israelí “Pegasus”. Ahora, el gobierno se abre una investigación interna y promete una comisión parlamentaria, y los espiados, que son sus socios de gobierno, ponen el grito en el cielo por lo que afirman son malas artes del Estado.

Total, que la actualidad de España pasa por tramas de espías y puñaladas entre socios de gobierno de todo tipo… Hablar de espionaje es hablar de política y de historia. Aún si hacemos referencia a la Oficina de Bárbaros del Imperio Bizantino -considerada como uno de los antecedentes del moderno espionaje al servicio del Estado- nos estaríamos refiriendo a un momento en el que el espionaje tenía ya una larguísima vida.

Francis Walsingham, el despiadado “maestro de espías” de Isabel I de Inglaterra ha pasado a la historia como un gestor de información en las sombras, tan eficaz como brutal. Más allá de Inglaterra, España tiene, sin lugar a duda, protagonistas no menos importantes, y mucho más sutiles. Ahí quedan nombres como Francisco Quevedo… de ahí a otros tan ilustres como el de uno de los padres del poder naval español del siglo XVIII: Jorge Juan; o el primer gran conocedor europeo del Sahel: Domingo Badía. Solo con ellos, tendríamos ya un elenco notable. Pero es que nuestro siglo XX deja para la historia mundial leyendas del espionaje, como el inigualable “Garbo”, Joan Puyol. Crucial en la victoria aliada en la II Guerra Mundial. Una labor que le hermana con los grandes “rompedores de código” que descifraron las claves de comunicación de alemanes y japoneses en aquel conflicto, acercando la victoria a sus países.

La historia del espionaje deja también nombres tan famosos como desgraciados. Ahí está la malograda Mata Hari. Una mujer mucho menos exótica y de vida más desgraciada que lo que la leyenda deja ver. Una espía de pocos vuelos, ejecutada por los franceses en 1917 más por razones políticas que porque Margaretha Geertruida Zelle -que ese era su nombre- fuese una amenaza real. Una de tantas historias trágicas de una práctica necesariamente siempre entre las sombras. Y que ahora con el caso “Pegasus” amenaza tristemente con exhibir alguna de sus vergüenzas en lo que corresponde a nuestro país.