Diego Garrocho: "Cuando compramos un libro, soñamos con el lector que seremos o que incluso deberíamos ser"
El profesor de Filosofía reflexiona en este 'Día del Libro' sobre la industria de los libros y su impacto en los lectores

Madrid - Publicado el
2 min lectura
La defensa de los libros normalmente creo que incurre en muchas pacaterías. Están quienes defienden una dimensión salvífica de la lectura, como si leer La montaña mágica de Thomas Mann nos volviera necesariamente mejores personas.
Y otros, en cambio, proponen la lectura como algo peligroso, que entraña un desafío existencial casi clandestino. Y creo que tampoco es eso. La lectura nos procura, en muchas ocasiones, grandes placeres, pero muchas veces son deleites puramente banales. Pero vayamos a los libros.
Hoy celebramos el Día del Libro y estarás conmigo en que es una jornada donde más que leer, lo que hacemos normalmente es comprar libros. Y por eso quiero hacer una defensa de la pura y estricta industria libresca y del negocio editorial.
Porque lo que sí creo que nos hace mejores personas es el hecho de comprar libros. Sobre todo aquellos que no vamos a leer nunca. Cuando compramos un libro, soñamos con el lector que seremos o que incluso deberíamos ser. Todos hemos comprado algún libro que sabemos que deberíamos leer y que, sin embargo, sigue saludándonos allá lejos desde la estantería.
Esa dulce hipocresía, esa esperanza truncada del lector vago, sigue pareciéndome fascinante. Y es que hay formas de vanidad que creo, francamente, que son virtuosas. De hecho, respeto incluso aquellos que, sin leer un libro, compran volúmenes por metros para engalanar las estanterías que sólo sirven para epatar a las visitas.
Y esa coquetería, esa concesión a la idea de que los libros cumplen una función ideal en un hogar incluso para quienes no leen, me recuerda a aquella frase de Larroix Foucault que decía que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Y en cualquier caso, más allá de las ironías, que no lo son tanto, creo que tiene razón mi buen amigo Jesús Cano, profesor de literatura hispanoamericana en la Complutense y editor, que me dijo una vez, “comprar libros compulsivamente es comprar la ilusión de tener algún día el tiempo de leerlos”.