
"Cuatro años después del volcán de La Palma la lava se enfrió, pero la caridad sigue ardiendo"
Escucha el monólogo de Irene Pozo en 'La Linterna de la Iglesia'
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Parece mentira pero ya han pasado cuatro años desde que el volcán de La Palma rugió con fuerza, tiñendo de fuego y ceniza una tierra que parecía inmutable. Aquellos días de 2021 quedaron grabados en nuestra memoria: familias enteras huyendo con lo puesto, casas que se desvanecían bajo la lava, miradas que buscaban consuelo en medio del estruendo…
Hoy, al mirar atrás, descubro que no solo la isla se transformó: también lo hicimos nosotros. Porque allí, donde el dolor parecía no tener fin, brotó una corriente de solidaridad que todavía emociona.
Recuerdo cómo las parroquias abrieron sus puertas cuando las casas se cerraban bajo la ceniza; a los sacerdotes que caminaron junto a quienes lo habían perdido todo; a los voluntarios de Cáritas. Una vez más, la Iglesia se convertía en hospital de campaña, uniéndose a la corriente de solidaridad que brotaba de tantas personas e iniciativas en aquel momento. Una respuesta urgente y necesaria que también nos hacía mirar al gran reto que se ponía por delante: la reconstrucción no solo material, sino del corazón, de las relaciones, de la confianza en que Dios no abandona a su pueblo.
Cuatro años después, la labor no ha terminado. Porque reconstruir no es solo levantar muros nuevos: es sanar heridas invisibles. Y ahí sigue la Iglesia, con su presencia discreta, perseverante, llevando a cabo proyectos de vivienda, acompañamiento psicológico, becas para jóvenes, espacios de oración...
Y es que si algo nos enseñó la erupción del volcán de La Palma es que la última palabra no la tenía el fuego, sino la vida. Que en el silencio que quedó tras la catástrofe, el amor de Dios se hizo más audible. Y que la fe, cuando se encarna en gestos concretos, es capaz de convertir la ceniza en semilla.
Hoy, cuando la isla vuelve a vestirse de verde y el mar acaricia una costa nueva, damos gracias. Gracias por cada voluntario, cada donante, cada parroquia que sigue acompañando. Gracias por una Iglesia que, sin grandes titulares, sigue siendo casa, sigue siendo consuelo. Porque en La Palma, cuatro años después, la lava se enfrió, pero la caridad sigue ardiendo.
Y hoy, al contemplar esta historia de fe y entrega, tenemos que estar muy orgullosos de nuestra Iglesia, que camina fiel a las enseñanzas del Evangelio y que mantiene viva la esperanza que tanto necesita el mundo.