Era mono, pero tampoco tanto. Tampoco era tan buen actor, ni la serie era guau, pero todavía vive de las rentas, que es algo de lo que nos gustaría disfrutar al resto. Es decir, haces un trabajito, unos años, y con eso tiras y muy bien el resto de la vida. Si yo les digo que se llama Richard Dean Anderson y con ese igual no les digo nada, pero si escuchan la cabecera de la serie, pues igual caen.

Que igual tampoco la cabecera de la serie les dice nada, pero si les cuento que era McGyver, todo cambia, a que sí.

Richard Dean Anderson daba vida a un agente al servicio de la Fundación Phoenix, que lo resolvía todo usando un clip. O una grapa. O una horquilla del pelo.

Y con eso, iba salvando al mundo en medio de quinientas explosiones. Desde el 85 al 92 estuvo este hombre pegando brincos sin despeinarse, hasta que en 2013, harto del bendito encasillamiento, le dijo adiós a la interpretación.

Y todo, para dedicarse a cuidar a su hija. Ahora tiene 74 años, está más rellenito, más dejado y la melena la tiene plateada.

Acabó hasta la coronilla de ser un ídolo juvenil y se dejó, que es lo que hacemos todos los que hemos sido alguna vez sex simbol. Richard Dean Anderson empezó como mimo callejero, luego fue adiestrador de ballenas, después ganó dinero, tiene 30 millones en el banco y ahora hace justo lo que le gusta: va en chándal, pasa inadvertido y contempla cómo su hija crece, le presenta novios y perfila su vida.

El hombre que vivía entre sobresaltos quiere acabar en su porche, balanceando su mecedora y viendo atardeceres. Seguramente con un palillo entre los dientes que, por fin, no va a usar para absolutamente nada.