Antonio García Vicentesólo tiene 11 años y ya ha creado más de 100 videojuegos.

Cuando tenía seis ingresó en el Club de Jóvenes Programadores de la Universidad de Valladolid y con ocho dio su primera charla titulada “Programar para aprender sin límites”.

Antonio vive en Villanubla, un pequeño pueblo de Valladolid, en el que hace mucho frío en invierno. Por eso se pasa las tardes programando.

“Me gustan los videojuegos como a todos los niños, pero también me gusta saber cómo están hechos y crear los míos propios”, dice.

Ha creado un juego parecido al de FIFA, otro para aprender los planetas del sistema solar, un tres en raya y uno sobre el Camino de Santiago.

A veces, los juegos que desarrolla son retos que le proponen en el Club de Jóvenes Programadores o encargos de profesores.

Aparte de programar, su otra gran afición es el fútbol. Cuando sea mayor le gustaría ser portero. También inventor.

Ya ha ideado un proyecto para acabar con la contaminación, pero mantiene el secreto porque necesita estudiar para poder desarrollarlo.

“Para mí, programar es divertido, es valiente, es un reto, es un superpoder que te permite hacer lo que quieras”.