“La cárcel es la privación total de libertad, no quise seguir viviendo pero mi hermana me salvó”
Francisco Javier Santos Gugel estuvo en la cárcel tres años y, tras escribir un libro, ha estado en Fin de Semana para contar su caída y ascenso

“La cárcel es la privación total de libertad, no quise seguir viviendo pero mi hermana me salvó”
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Hablamos de un empresario que, a partir de la mitad de su vida, ha sentado la cabeza y ha encontrado la fe. Un padre de familia, cristiano católico practicante. Él es Javier Santos y en Fin de Semana con Cristina nos ha hablado con franqueza de su vida e incluso da “gracias por su cautiverio”.
Decir que uno ha pasado por la cárcel son palabras mayores, “pero es verdad, es decir, es verdad que te hace encontrarte con la realidad que tú por tu posición social, familiar o por donde has nacido no la conocías. La realidad es mucho más asombrosa de lo que creemos porque yo lo he analizado y la prisión es una estadística actualmente”, explica él, que añade que “en ella hay un porcentaje bastante elevado de la sociedad, hay mucha gente porcentualmente como si estuvieras en una sociedad abierta. Es cierto que ese porcentaje es mayor en la gente desgraciada y con menos recursos económicos, pero al final aquel que bebe y se droga, venga de donde venga probablemente acabe en prisión, entonces conoces a gente que viene de muy buenas familias y están allí, conoces a muchos empresarios que, por la crisis, y por el devenir de las leyes mercantiles y las penales, están ahí. El estar recluido y conocer a esas personas me hizo reflexionar como me hace reflexionar cada situación nueva en la vida”.
Javier fue condenado 3 años por un delito de apropiación indebida según sentencia final del TS. Detrás, como ha ocurrido con la crisis, ha habido un largo recorrido empresarial que describe con mucha sensibilidad social hacia una época en la que el dinero era muy importante: “Creo que uno de los mayores errores de la sociedad actual, del pasado final del S. XX y de este presente, es el ‘becerro de oro’, la codicia, y eso, al final, genera estupidez, y la estupidez te lleva al error: soberbia, autosuficiencia, creerte mejor que los demás… y todo eso te lo da el dinero, es una falsa creencia”.
Santos Gugel tenía un recorrido empresarial exitoso dese hacía tiempo: “Yo nací en una familia que me dio unas herramientas suficientes para poder usar unos dones en crear empresa”, relata, “y llegó un momento en mi vida en que no me era suficiente trabajar para los demás, me parecía poco, me decía ‘qué poco gano con la cantidad de recursos que genero’”.
Estudió Ciencias Empresariales en la Escuela Europea de Negocios, trabajó en el Banco Santander y luego dio el salto para trabajar por cuenta propia, de ahí que con el tiempo generase muchas empresas interesantes e incluso proyectos de logística y distribución, llegando a trabajar en la oncología en un centro de investigación y tratamiento. Es decir, un recorrido múltiple: “A mí me gusta la empresa por sí misma, como ente vivo de generación de riqueza. Donde me invitan, ahora menos, suelo interesarme, como uno de los proyectos más bonitos, el Centro de Investigación y Tratamiento Oncológico porque tiene una gran parte de desarrollo intelectual humano y científico que no te lo da el simple dinero. Como empresario cualquier cosa me tienta”.
Pero entonces llega la hora de reconocer la caída, además fuerte: “Los americanos no aceptan un CV que no contenga una fuerte caída del personaje, dicen que un buen empresario, para contratar una persona, ha tenido que tener un gran fracaso, o eso dicen, habría que verlo. Los ‘headhunter’ dicen eso. Yo padezco dos crisis, la primera es la que tuvimos prácticamente todos, fue muy potente y arrasó con el tejido empresarial (2007-2008) y la segunda es una caída personal y espiritual tras salir de prisión, un vacío que tú crees que te deja el no tener nada, cuando has llegado abajo, cuando has imaginado que el dinero es el sustento para toda la vida y que en eso basas todo y crees que ha llegado tu final y descubres que no, hay un renacer espiritual donde el dinero es secundario, aunque no ha sido mi caso porque para mí el dinero es una utilidad, siempre ha sido una herramienta”.
Entonces le condenan y, en el trayecto en coche hacia la cárcel, se da cuenta de que va “dejando atrás la vida”: “No te imaginas dónde vas pero sí estás viendo lo que estás dejando. Nadie te dice lo que vas a necesitar en la cárcel. Yo imaginé… un viaje. La verdad es que entré en la web de la prisión pero tampoco me valió, aunque había información. Me llevé ropa de entretiempo, deportiva, un maletín de aseo y diez libros de distintos géneros, como si me fuera a un campamento o una residencia o a un curso de retiro. No sabía lo que me iba a encontrar dentro así que me llevé de todo aunque luego al entrar te quitan muchas cosas porque prácticamente todo está prohibido”.
Entrar en la cárcel es un cambio radical y para él no fue menos: “Lo que más me impactó de la prisión fue, inmediatamente, la carencia de libertad: para todos los que vivimos en un entorno occidental de democracias libres entrar en prisión es implicar darte cuenta de que solo tienes libertad de pensamiento y además no lo expongas, porque como tu pensamiento sea distinto al otro, no contrario a las leyes sino distinto, puedes tener problemas. En verdad, cuando te condenan a falta de libertad, es que no la tienes, y eso es la cárcel: es una carencia absoluta de libertad”.
Pero aún hay más ya que “la cárcel te denigra como persona. Tú entras con un señor normalmente, y si tienes luego suerte te ponen solo, pero estás con una pareja, que a lo mejor normal dentro de lo que cabe, pero te puede tocar cualquiera, no hay intimidad, el baño es abierto, te duchas de cara a tu pareja de cuarto sin conocerle de nada, en 8 metros cuadrados y creo que exagero, tienes que hacer 18 horas al día, junto a él. No existe internet ni teléfonos, solo una cabina de teléfono para hacer 10 llamadas a la semana y solo tienes a esa persona con la que más vale que te lleves bien”.
Hemos dicho que hay ausencia total de libertad, pero por fortuna algo se puede hacer: “Yo, al menos, leer. Te puedes comprar una televisión con un proceso técnico, y muchos lo hacen, o una radio, y yo leía y escuchaba radio. La radio acompaña mucho a los presos”.
También hay gente que consigue permisos para salir temporalmente, pero no fue su caso como explica Javier: “Estuve prácticamente toda la condena. Mi proceso viene por la Fiscalía Anticorrupción y el fiscal anticorrupción tiene unas órdenes muy estrictas de perseguir al penado hasta el final de sus días. Y te van persiguiendo… la primera vez que salgo en tercer grado lo recurre el fiscal y vuelvo a prisión, yo solo pasé 8 meses en semi libertad, el resto lo pasé entre rejas”.
Uno de las mayores consecuencias es que tú vas a la cárcel, pero afecta a tu entorno: “La prisión la pagas tú, tu familia y tu gente desde el punto de vista económico, familiar… pierdes la intimidad con tu esposa, pierdes a tus hijos, hay muchísimos casos de divorcios y separaciones, como el mío a mitad de la condena, de pérdida de afinidad, aunque yo tengo unos hermanos maravillosos que iban a verme, pero si no fuera por eso no hay nada”.
“Cuando tú sales de prisión has estado viviendo en un mundo aislado” relata nuestro protagonista: “Una burbuja en la que te ingresan 200 euros a la semana, que te sobra para fumar (los que fumamos), una Coca-Cola y poco más porque no se puede beber alcohol y el único vicio es fumar… y entonces salgo a la calle y me encuentro con que no tengo nada, lo he perdido todo, no he tenido tiempo de lucharlo porque justo es la época en la que ha acabado la crisis. Y entonces llega la ecuación equivocada: ‘nada tengo, nada valgo’, si no tengo dinero no soy nadie. La otra fue una depresión exógena provocada por los acontecimientos, aun teniendo riquezas y empresas, pero esta es una depresión endógena provocada por mi falta de espiritualidad, de autoconocimiento como persona, el saber que eres algo más que un ser material y entonces me vengo abajo”.
Por supuesto, dentro de la cárcel sufrió también el rechazo de gente conocida: “Llamas a amigos porque te quieres sincerar y decirles que no te has ido de viaje sino que estás en la cárcel… y la gente te olvida, la mayoría. Justamente los más creyentes, los más cercanos al Señor, no me rechazaron. En cambio los menos creyentes sí me rechazaron. Gente que ha trabajado contigo y les has dado muchísimo trabajo, quizás no dinero pero sí ocupaciones, y te van abandonando… te vienes abajo”.
En todo caso, cuenta él, “en prisión sí tienes una sensación religiosa, los que hemos tenido una formación intelectual y cristiana y católica de que Cristo existe porque hay mucho sufrimiento, ahí te planteas que existe porque, si no, sería insuperable ese nivel de dolor. Tú eres un privilegiado. Lo primero que te das cuenta es que hay criminales y de verdad, que estás jugando al mus con un tío que se ha cargado a dos, que eso no te lo cuentan por la radio, y aun así tiene discurso y a veces intelectual. Lo segundo que ves es mucho sufrimiento, y yo narro en algunas ocasiones que los yonkis sufren mucho, hasta el extremo, y luego el dolor de gente como nosotros, de clase media o media alta, que, por la casualidad que sea, están ahí y se derrumban. Uno que estaba conmigo en el módulo se vino abajo al recibir una carta desde su hija en Londres y ella le decía ‘papá, yo sé que no has hecho nada’, y no podía más, le tuve que acompañar dos horas. Ahí te das cuenta de lo que realmente es el sufrimiento humano”.
Pero entonces llega la nueva caída, esa depresión estando en casa: “Me daba igual estar que no estar, no quería vivir, es una sensación típica de la depresión. Entonces llamé a mi hermana y le dije ‘Paz, me quiero morir, esto no lo soporto’, y viviendo lejos llegó a mi casa en 20 minutos, me acarició como hace ella y…”, Javier se emociona. De hecho el libro está dedicado a su hermana, “incansable reposo de mis inquietudes, conoces el sufrimiento y los alivias con caricias”. “Le digo ‘no sé qué hacer’ y ella me dice ‘entrega tu vida al Señor’, entonces yo le dije ‘llama primero a Enrique Rojas, mi querido amigo y psiquiatra, y de esta quizás me pueda sacar’, y ahí empecé, con él y reencontrándome de nuevo con el Espíritu Santo, y tener la vivencia de Cristo dentro de mí, y volver a sentirlo fue lo que me sacó adelante”.
“Seguro que, de no haber pasado por todo esto, mi vida ahora no sería tan interesante”, no tiene reparos en reconocer, y añade que “habría sido uno más que pasa por la cárcel. Yo soy un privilegiado de haber tenido ese encuentro con el Señor y cómo lo he tenido, mi regreso es como el Hijo Pródigo”.
Javier ahora ha salido adelante: “Intento seguir escribiendo pero he vuelto a crear empresa, me dedico a la reforma, y ahora la promoción inmobiliaria que nos ha dado un testarazo muy importante a todos, pero me dejo llevar, entro donde sea, he creado una nueva empresa y he empezado a resurgir económicamente, estoy estable con mis ingresos mensuales y estoy en camino”.



