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El "occidentalismo" no encaja en el mundo islámico

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Salvo alguna excepciones, entre ellas la Fundación italiana "Oasis", especializada en escrutar al mundo islámico, los análisis que leo en los medios de comunicación en torno al 11-S, apenas tienen en cuenta el factor religioso como desencadenante del ataque perpetrado por Al Qaida, hace veinte años, contra los símbolos más destacados del poder económico y militar de Estados Unidos. Lo que pretendía y consiguió el yemení Osama Ben Laden no deja de ser una paradoja: declarar la guerra a la primera potencia del mundo, después de aceptar su ayuda militar y humana para derrotar al Ejército Rojo y echarlo de Afganistán. ¿Por qué? A mi modo de ver y al margen de los rencores nutridos por el conflicto palestino, el líder de Al Qaída consideró que la victoria sobre la URSS de los talibanes que lo habían acogido en Kandahar, fué el primer signo evidente, en nuestra era contemporánea, de que Alá apoyaba sus planes para destruir a los enemigos del Islam. Así que preparó, durante años, la manera de extender la Yihad a la misma Norteamérica, donde no faltaron medios que entonces lo consideraban un héroe, además de un brillante hombre de negocios.

Son evidentes las motivaciones religiosas de Ben Laden para fundar su red de yihadistas " Al Qaída"

Son evidentes las motivaciones religiosas de Ben Laden para fundar su red de yihadistas " Al Qaída", interpretadas en el mundo occidental como una desviación fanática del Corán, sin entrar a considerar el contexto en el que resurgía la mentalidad imperial del Islam. Uno de los fundamentos de la religión islámica, como dejaron escrito Yamal Ad-Din el Afgani y Mohamed Abduh, -pioneros del yihadismo moderno a finales del siglo XIX- es precisamente la dominación, la conquista por la fuerza y el rechazo de toda ley que entre en conflicto con el Islam. Siglos atrás, en plena expansión bélica del Islam, otros pensadores radicales como Ibn Hanbal e Ibn Taimiyya, legaron a los musulmanes "rectos" el mandato de aplicar al pie de la letra las azoras que más énfasis ponen en la defensa del Islam y en la dominación de los territorios infieles, dejando de lado las que hablan de tolerancia y convivencia con judíos y cristianos reflejada en el versículo que prohibe la coerción en materia de fe. En esta doctrina se basa el "salafismo" de nuestro días -la vuelta a los orígenes- y las Hermandades Musulmanas que en Egipto son perseguidas por terrorismo desde el colapso de la "Primavera Árabe".

Lo que ha cambiado en el mundo después del 11-S es algo muy simple: el levantamiento de los ortodoxos radicales islámicos contra las costumbres occidentales, es decir, el "occidentalismo" como lo lo llama el filosofo Michele Sciacca -nos recuerda "Oasis" en su último número- que se caracteriza por su decadencia moral definida como "progreso". La raíz de esta sublevación hay que encontrarla en la época colonial, cuando las potencias occidentales tomaron la iniciativa de ser ellas las que impusieran su dominación... bajo la creencia de una superioridad cultural sobre un mudo islámico que parecía dormido en el cuento de las Mil y una Noches. Durante décadas, después de la caída del imperio otomano especialmente, "Occidente" dominó a la fuerza estos países al tiempo que se fomentaban movimientos de resistencia que desenterraron el hanbalismo, origen del wabhabismo saudita, y que tomaron cuerpo con el movimiento de los "deobandis" surgido en el corazón de la India dominada por los británicos.

ATENTADOS SUICIDAS

Es decir, de alguna forma estamos asistiendo a una "revancha" espartaquiana de los antaño dominados, que disponen de un arma hasta hace poco desconocida en Occidente: los atentados suicidas. Hay que tener en cuenta a este propósito, el escaso aprecio de los "yihadistas" por la vida propia en la medida que su sueño imperial trasciende la realidad con la esperanza del paraíso. ¿Se trata de una instrumentación de la ley divina? Para nuestros ojos occidentales, pese al nihilismo impuesto poco a poco desde la Ilustración, aún persiste la creencia remota en un Dios encarnado y visible que nos llama al amor fraternal. En contra, los radicales islámicos enfocan la realidad de una manera diametralmente opuesta: Dios es invisible e inasequible y, por tanto,, no se le puede amar: en cambio, está la Ley divina revelada en el Corán y asíí, la falta de amor a Dios y al prójimo,, se suple con la aplicación de esa ley a rajatabla como muestra de fidelidad a sus mandatos. O sea, el amor a Dios está superado por el amor a la Ley. En este contexto se entiende muy bien que el Occidente relativista, que está dando la espalda a Dios, ya no tiene nada que ofrecer a ese mundo islámico que ha tratado de dominar y del que ha salido moralmente derrotado. No hay entendimiento posible entre ateismo y teismo y ese es el meollo de la guerra que empezó visiblemente con los atentados de Nueva York y Washington. Existe, sin embargo, un punto intermedio: el de la fraternidad humana emprendido por el Papa Francisco y el rector del Azhar, Al Tayeb. O bien el Oriente islámico y el Occidente nihilista siguen este camino abierto en el histórico encuentro de Abu Dhabi, o estamos condenados a una guerra sin fin.

Y una nota final. La fulgurante derrota del islamismo moderado en las recientes elecciones de Marruecos frente a un pujante liberalismo económico, es un mero espejismo que puede confundir la realidad: Marruecos sigue siendo un país islámico y si alguna vez siente el peligro de secularización occidentalista, lo que tendríamos enfrente serían otros talibanes con fez en lugar de turbante.


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