Francia paga a España 60.000 euros por un territorio en Navarra: los vecinos pagan impuestos a los dos países
Pese a ser español, está gestionado casi por completo por el país vecino desde hace más de siglo y medio fruto de la historia, los pastores y un tratado olvidado

Valle de Aldudes, vaca en la colina de Elizamendi sobre el pueblo de Urepel, Kintoa (país de Quint) al fondo
Publicado el
3 min lectura
Enclavado en las montañas de Navarra, en plena valle de Aldudes, existe un rincón de Europa donde las fronteras no separan, sino que se entrelazan. Se trata del Pays Quint —o Kintoa, en euskera; Quinto Real, en castellano—, un territorio de 2.510 hectáreas que, pese a ser español, está gestionado casi por completo por Francia desde hace más de siglo y medio. Un confeti jurídico fruto de la historia, los pastores y un tratado olvidado por muchos: el de Bayona de 1856, que puso fin a siglos de disputas ganaderas entre comunidades vascas de ambos lados de los Pirineos.
Un rincón sin frontera
Más sobre territorios en disputa
Desde entonces, este territorio indiviso, oficialmente parte del Reino de España y de la provincia de Navarra, es administrado por el Ayuntamiento francés de Urepel y pertenece al departamento francés de Pirineos Atlánticos. A cambio, Francia paga a España 60.000 euros anuales, un gesto simbólico que recuerda que, aunque el terreno es español, la soberanía práctica recae en la República Francesa.
Los habitantes del lugar pagan impuestos a ambos países: los impuestos sobre la propiedad y la Guardia Civil dependen de España; el IRPF, la escuela, el correo, la electricidad o el alcantarillado, de Francia. Una especie de acuerdo tácito por el que España mantiene la nuda propiedad y Francia ostenta el usufructo perpetuo.
Ni Google lo ubica
Localizar con exactitud el Pays Quint en Google Maps es casi imposible. Las fronteras no están claras ni para los satélites de Silicon Valley. En los mapas aparece como un limbo entre dos estados, una línea recta que atraviesa un paisaje de pastos y hayas centenarias donde la vida rural sigue su curso, ajena al vértigo de la geopolítica.

Pays Quint, Mizu Monaco, pastor y productor de quesos de Ossau-Iraty
Pero este confeti territorial es tan real como los pastores que aún marcan sus rebaños con el sello de Urepel para poder pastar en su parte meridional, o como los habitantes que dependen de dos administraciones, pero que se sienten, ante todo, vascos de montaña.
El origen del nombre “Quinto Real” se remonta al Reino de Navarra medieval, cuando el 20% de las producciones locales se entregaban a la corona: un “quinto” que se ha perpetuado en la toponimia. Nada que ver, curiosamente, con el emperador Carlos V.

Valle de Aldudes, vacas en la cima de la colina Elizamendi sobre Urepel, Kintoa (país de Quint) al sur del valle que se extiende a ambos lados de la frontera española al fondo.
Los conflictos por el uso de estas tierras comunes provocaron enfrentamientos, incluso violentos, durante siglos. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando ambos países acordaron la fórmula que ha llegado hasta nuestros días: una soberanía compartida, en la práctica, pero con diferentes derechos jurídicos según el área de competencia. Una rareza similar a la isla de los Faisanes en el río Bidasoa, o a la enclave española de Llívia en territorio francés, todos ellos testigos de un pasado donde los trazos sobre el mapa no se corresponden con la vida real.
Sylviane Erreca, una de las últimas personas nacidas en el Pays Quint antes de 1960, lo explica así: “Aquí vivimos entre dos mundos, pero con un solo corazón. Cuando nieva, es el ayuntamiento de Urepel quien limpia. Pero los papeles dicen que es España”. Su relato, recogido por Sud Ouest, recuerda cómo vivieron sin electricidad ni teléfono hasta bien entrada la década de los 70.
Durante la pandemia o las alertas de seguridad, las barreras físicas de la frontera volvieron a levantarse, y con ellas, la sensación de ser invisibles para Europa. Como resumía una vecina: “Nos sentimos a veces como los olvidados del continente. Estamos aquí, pero para muchos, no existimos”.
El conflicto entre geografía y administración continúa. Mientras los tratados históricos lo avalan, los mapas digitales aún no lo entienden. Y en medio, unas pocas casas, seis granjas históricas con tierras privadas, pastores que siguen marcando sus bueyes y una historia que desafía el concepto moderno de frontera.