¿Hasta dónde puede llegar la administración para "obligarte a reciclar"?: vecinos de un pueblo de Barcelona se resisten a ser controlados

En 2024, el Ayuntamiento de Premià de Mar, en colaboración con la empresa ACCIONA, implementó un nuevo sistema de recogida de residuos con contenedores digitales

muchos vecinos se niegan a usar los nuevos contenedores digitales que requieren una tarjeta de identificación o una aplicación móvil para abrirse.
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¿Hasta dónde puede llegar la administración para "obligarte a reciclar"?: vecinos de un pueblo de Barcelona se resisten a ser controlados

José Miguel Cruz

Barcelona - Publicado el

4 min lectura

En Premià de Mar, un municipio costero de la comarca del Maresme en Barcelona, las calles han comenzado a llenarse de bolsas de basura apiladas junto a los contenedores. No se trata de un descuido, sino de una protesta deliberada: muchos vecinos se niegan a usar los nuevos contenedores digitales que requieren una tarjeta de identificación o una aplicación móvil para abrirse. 

Este fenómeno, que ha sido bautizado como la "rebelión de la basura", refleja el malestar de una comunidad frente a una medida que, aunque busca modernizar la gestión de residuos, ha generado controversia por cuestiones de privacidad, accesibilidad y funcionalidad. ¿Cómo se llegó a este punto? ¿Qué motiva esta resistencia?

Estos contenedores, equipados con un sistema de apertura mediante tarjeta personal o aplicación móvil, buscan monitorizar los hábitos de reciclaje de los ciudadanos y aplicar una "tasa justa"

Según la plataforma vecinal Stop Contenidors Digitals, los nuevos contenedores son "insuficientes, poco prácticos y vulneran el derecho a la intimidad".

 Antecedentes: un cambio hacia la "tasa justa"  

En 2024, el Ayuntamiento de Premià de Mar, en colaboración con la empresa ACCIONA, implementó un nuevo sistema de recogida de residuos con contenedores digitales como parte de un esfuerzo para cumplir con las directivas europeas que exigen alcanzar un 55% de reciclaje para 2025

Estos contenedores, equipados con un sistema de apertura mediante tarjeta personal o aplicación móvil, buscan monitorizar los hábitos de reciclaje de los ciudadanos y aplicar una "tasa justa": quienes reciclen más, pagarán menos en la tasa de basura. Según el consistorio, el sistema también pretende reducir los costes asociados a la gestión de residuos no reciclados, que ascienden a unos 800.000 euros anuales, además de mejorar la higiene urbana y prevenir plagas.

Los nuevos contenedores son "insuficientes, poco prácticos y vulneran el derecho a la intimidad"

El cambio, sin embargo, no ha sido bien recibido por todos. Premià de Mar, con una población de cerca de 29.000 habitantes, tiene un núcleo urbano denso donde la recogida puerta a puerta, más eficaz en otros municipios, no es viable. Los contenedores digitales se presentaron como una solución innovadora, pero su implementación ha generado fricciones desde el principio. Según la plataforma vecinal Stop Contenidors Digitals, los nuevos contenedores son "insuficientes, poco prácticos y vulneran el derecho a la intimidad".

 El porqué de la rebelión  

La resistencia vecinal tiene múltiples raíces. En primer lugar, la obligación de identificarse para tirar la basura ha levantado sospechas sobre la privacidad. Muchos ciudadanos temen que el sistema, que registra quién deposita qué tipo de residuo, pueda usarse para imponer multas o controlar los hábitos de la población, una percepción que algunos vinculan a medidas asociadas a la "Agenda 2030". Esta narrativa, amplificada en redes sociales, ha alimentado la desconfianza hacia las autoridades locales.

Muchos ciudadanos temen que el sistema, que registra quién deposita qué tipo de residuo, pueda usarse para imponer multas o controlar los hábitos de la población

Muchos ciudadanos temen que el sistema, que registra quién deposita qué tipo de residuo, pueda usarse para imponer multas o controlar los hábitos de la población

En segundo lugar, los contenedores presentan problemas prácticos. Los vecinos denuncian que las tarjetas no siempre funcionan, lo que impide abrir los contenedores y obliga a dejar las bolsas en la calle. Además, el mecanismo de apertura es más complicado para personas mayores o con discapacidad, quienes encuentran dificultades para manejar los dispositivos. La plataforma Stop Contenidors Digitals ha señalado que los contenedores son menos accesibles que los tradicionales, lo que ha llevado a muchos a optar por no usarlos como forma de protesta.

Otro factor es el descontento general con la gestión municipal. Los vecinos sienten que no se les consultó adecuadamente antes de implementar el sistema, y la campaña informativa previa fue insuficiente. La percepción de que el Ayuntamiento prioriza objetivos europeos sobre las necesidades locales ha exacerbado las tensiones, llevando a algunos a ver en la protesta una forma de desobediencia civil contra lo que consideran una imposición.

El Ayuntamiento ha respondido prometiendo mejoras, como aumentar el número de contenedores y reforzar la presencia de personal para asistir a los usuarios.

El Ayuntamiento ha respondido prometiendo mejoras, como aumentar el número de contenedores y reforzar la presencia de personal para asistir a los usuarios.

 Consecuencias y reacciones  

La acumulación de basura en las calles ha generado preocupación por la salubridad, con quejas sobre malos olores y la aparición de plagas como ratas. El Ayuntamiento ha respondido prometiendo mejoras, como aumentar el número de contenedores y reforzar la presencia de personal para asistir a los usuarios. Sin embargo, la plataforma vecinal exige volver al sistema anterior o, al menos, eliminar la obligatoriedad de la identificación.

La "rebelión" ha encontrado eco en redes sociales, donde usuarios han aplaudido la resistencia como un acto de defensa de las libertades individuales. Algunos han relacionado el caso con experiencias similares en otros municipios, como Barcelona, donde los nuevos contenedores también han generado críticas por su diseño y ubicación.

 Un debate abierto  

La situación en Premià de Mar pone de manifiesto el desafío de modernizar la gestión de residuos en un contexto de desconfianza ciudadana y limitaciones prácticas. Mientras el Ayuntamiento defiende los beneficios ambientales y económicos del sistema, los vecinos reclaman soluciones que respeten su privacidad y sean accesibles para todos. Este conflicto, lejos de resolverse, abre un debate sobre cómo equilibrar la innovación con las necesidades de la comunidad.

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