La gran soledad del cuidador: la figura olvidada que sostiene el estado de bienestar

El perfil del cuidador familiar, mayoritariamente femenino, se enfrenta a una sobrecarga física y emocional ante la falta de apoyo real de las administraciones

Los cuidados a personas dependientes, especialmente a los mayores, recaen de forma abrumadora en un miembro de la propia familia, que además suele ser una mujer.
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Los cuidados a personas dependientes, especialmente a los mayores, recaen de forma abrumadora en un miembro de la propia familia, que además suele ser una mujer.

José Miguel Cruz

Barcelona - Publicado el

4 min lectura11:23 min escucha

La pregunta resuena con una fuerza cada vez mayor en nuestra sociedad: ¿Quién cuida al que cuida?. Los cuidados a personas dependientes, especialmente a los mayores, recaen de forma abrumadora en un miembro de la propia familia, que además suele ser una mujer. Este fenómeno, conocido como la feminización de los cuidados, perpetúa una brecha de género con un largo recorrido histórico. Así lo confirma Daniel Rueda, profesor de los estudios de ciencias de la salud de la UOC, quien señala que, aunque esta fotografía es bien conocida por todos, la persona cuidadora sigue siendo la gran olvidada del sistema.

El síndrome del cuidador: una ‘soledad’ invisible

El principal problema al que se enfrentan estas personas es lo que ya se denomina la soledad del cuidador. Se ven sometidas a un torrente de responsabilidades y exigencias para atender bien a su familiar, pero ellas mismas quedan en un segundo plano. "Si el cuidador no está en las mejores condiciones emocionales, de salud, incluso de preparación para poder llevar a cabo todas las tareas que supone el cuidado, lo único que podemos pensar es que cada vez le estamos creando más problemas, tanto mentales como de salud", advierte Rueda.

“síndrome del cuidador”, una reacción al sobreesfuerzo continuado que provoca un profundo agotamiento físico y psíquico.

“síndrome del cuidador”, una reacción al sobreesfuerzo continuado que provoca un profundo agotamiento físico y psíquico.

Esta situación desemboca en el conocido como “síndrome del cuidador”, una reacción al sobreesfuerzo continuado que provoca un profundo agotamiento físico y psíquico. Daniel Rueda subraya que, a menudo, "ni siquiera el resto del entorno de los pacientes que están siendo atendidos, el resto de familiares, son capaces de reconocer el trabajo y la dedicación que tiene esta persona". Esto genera un círculo vicioso que merma la calidad de la atención, ya que, como afirma el experto, "el servicio que se presta no puede ser de calidad cuando la persona que lo tiene que prestar se encuentra bajo esta presión".

El servicio que se presta no puede ser de calidad cuando la persona que lo tiene que prestar se encuentra bajo esta presión"

Daniel Rueda

profesor de los estudios de ciencias de la salud de la UOC

Uno de los factores que más agrava este síndrome es la falta de demanda de ayuda por parte del propio colectivo. El profesor de la UOC alerta de que "mientras no sean capaces de pedir esta ayuda, esta asistencia, este reconocimiento, pues lo único que están haciendo es sobrecargar sobre sí mismas las tareas del cuidado". Esta dinámica de autoexigencia y sacrificio conduce a un estado de desgaste que anula su bienestar y repercute directamente en la persona a la que cuidan.

El ‘empoderamiento tóxico’ de las administraciones

Ante este panorama, el papel de las administraciones públicas es crucial, aunque no siempre acertado. Rueda se muestra crítico con el enfoque actual, ya que percibe que "la mayor parte de el cuidado que se hace del cuidador es ayudarle a que realice las tareas de forma más profesional". En lugar de ofrecer un apoyo emocional o un respiro para las tareas que realiza, se opta por una profesionalización que, en la práctica, supone sobrecargar todavía más a la persona cuidadora.

Este enfoque ha sido calificado por algunos expertos como un “empoderamiento tóxico”. Se forma a los cuidadores familiares para que asuman tareas complejas que deberían realizar profesionales, como rehabilitaciones o la movilización de enfermos. Aunque se presente como una forma de empoderamiento, Rueda lo considera una “trampa”, pues en realidad se está aumentando la carga y la responsabilidad sobre personas que ya están al límite de sus fuerzas.

Daniel Rueda lamenta que, pese a que el problema está diagnosticado, la respuesta institucional no pasa del eslogan. "Sí que se habla mucho del cuidado del cuidador y quién cuida al cuidador, pero de momento es el eslogan", critica. Mientras tanto, son precisamente estas figuras las que, con su esfuerzo invisible, están sosteniendo el estado de bienestar, tanto desde el punto de vista económico como el de la atención directa a las personas dependientes.

Quien está sosteniendo el estado de bienestar (...) es precisamente estos cuidadores o las cuidadoras"

Daniel Rueda

profesor de los estudios de ciencias de la salud de la UOC

Un reto para una sociedad que envejece

El problema, lejos de ser coyuntural, se agravará en el futuro. El progresivo envejecimiento de la población y el incremento de la esperanza de vida anuncian un aumento exponencial de la demanda de cuidados. La gran incógnita es si se están preparando las políticas adecuadas para hacer frente a este enorme desafío demográfico y social, donde cada vez más personas necesitarán asistencia al perder su autonomía.

Ya existe una estrategia europea de los cuidados que busca garantizar un cuidado de calidad asequible y accesible, poniendo el acento en la profesionalización y la sostenibilidad del sistema. Esta directiva reconoce el "papel crucial que tienen las familias" y aboga por ofrecerles "el apoyo, la formación, el respiro, las necesidades de conciliación". Para Rueda, articular este apoyo a los cuidadores informales no es una opción, sino "totalmente una exigencia ética del propio sistema".

Para lograr la sostenibilidad del sistema es fundamental que la responsabilidad no siga recayendo exclusivamente en las mujeres, sino que se avance hacia una equidad en el reparto de los cuidados entre hombres y mujeres. Finalmente, Rueda señala las desigualdades y las diferencias que existen entre el entorno rural y en el entorno urbano. En las grandes ciudades, las cuidadoras a menudo se enfrentan a una mayor soledad y a una falta de apoyo comunitario, un aislamiento que agrava aún más su vulnerable situación.

Este contenido ha sido creado por el equipo editorial con la asistencia de herramientas de IA.

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