El chiringuito de Barcelona con las mejores patatas bravas que podrás comer
Cualquier tasca las prepara, pero solo los bares que se lo toman en serio triunfan con ellas

El chiringuito de Barcelona con las mejores patatas bravas que podrás comer
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Hablar de gastronomía en este país es sinónimo de sumergirte en un mar infinito de posibilidades con las que nuestro paladar enloquezca ante una explosión de sabores y matices. Los que vivimos aquí sabemos que en cualquier rincón puedes encontrar esas delicias y, también, que no es necesario dejarte un dineral en ellas.
Posiblemente uno de los mayores exponentes de nuestra variada carta gastronómica sean las tapas. Breves en cantidad, infinitas en variedad. Pero dentro de esas tapas encontramos la estrella… las patatas bravas. Hablar de patatas bravas es como hablar de cuantas estrellas hay en el cielo o de que la forma que tiene el universo. Cualquier tasca las prepara, pero solo los bares que se lo toman en serio triunfan con ellas.
Hoy hablaremos de uno de esos bares que se lo toman es serio con un resultado espectacular, bueno, en realidad no es un bar, es un chiringuito. Un chiringuito llamado “el calamar” situado en la playa de El Prat de Llobregat, Barcelona.
Para empezar el entorno sorprende. La sensación de estar en una playa aislada y semi-virgen es increíble a pesar de estar en la plena y densamente poblada área metropolitana de Barcelona y, Si estás en el lugar después de anochecer, la sensación aún es mayor, solo llevada a la realidad, gracias a las luces de los aviones que se disponen a aterrizar en el próximo aeropuerto de El Prat. Luces confundidas en ocasiones, y para cachondeo del personal nativo, con OVNIS por los foráneos. El diseño del chiringo es un esfuerzo para huir de la prefabricación de este tipo de bares. Posee una carta variada en la que podremos encontrar nuestras patatas bravas discretamente mezcladas con todo lo demás.
Y empieza la locura del sabor, Una patata de origen gallego cocida con piel, aderezada con especie y salteada después en aceite de oliva virgen extra, troceada en gajos irregulares y servida con una salsa (una de las claves en estas tapas) en su justo punto picante. Dan ganas de pedir pan para mojar. Una ración generosa y a un precio razonable.
Soy consciente de lo subjetivo que resulta hablar de una tapa como las bravas. Pero hay que probar para creer y darte cuenta de que, no, no todas las bravas son iguales. Y de que, no, sin amor invertido no hay gastronomía que llegue al corazón a través del estómago.