El verdadero éxito del San Pablo Burgos: la historia de una pasión que une a tres generaciones
Del primer ascenso al baloncesto élite a las noches europeas inolvidables, la historia del San Pablo también se escribe desde la grada a través de familias como la de Luis, Adrián y el pequeño Hugo, que han hecho del equipo burgalés parte de su vida

Luis, su hijo Adrián, y su nieto Hugo, fieles seguidores del San Pablo Burgos
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En Burgos, el fútbol no es el ‘deporte rey’. Al menos no es el que está en la élite. Ese lugar le pertenece al baloncesto y al San Pablo Burgos, que ascendió a la ACB por primera vez en 2017 y que tocó el cielo de Europa con dos títulos de la Basketball Champions League. Esta temporada, el club vuelve a estar en la máxima categoría del baloncesto español y lo hace con una grada ruidosa y leal que convirtió el Coliseum en un fortín. Un equipo que no se entiende sin historias como la de Luis, Adrián y el pequeño Hugo, una familia y tres generaciones unidas por un color, el azul, que ya forma parte de la identidad de la ciudad. Lo suyo no es una afición: es una forma de vivir.
Luis empezó a ir al baloncesto en Burgos “hace 45-50 años”, cuando el histórico Club Baloncesto Tizona encendía la ilusión local por este deporte. “Soy de los veteranos”, recuerda con orgullo. Aquel primer flechazo no lo explica el marketing moderno ni los focos de las grandes ligas. Fue el ambiente, “y eso que no había la profesionalización de ahora”. Después vendrían los años del CB Atapuerca y los ascensos frustrados del Autocid que marcaron a toda una generación. “La pasión por el baloncesto se hizo más potente cuando Adrián empezó a jugar de niño y luego íbamos con él y con Carlota a ver los partidos”. Carlota, hija de Luis y también seguidora del San Pablo, ahora anima desde Madrid.

Luis, su hijo Adrián, y su nieto Hugo, fieles seguidores del San Pablo Burgos
En casa, el calendario gira alrededor de la entidad azul. “Se para todo. Vivimos para el equipo. Si hay partido fuera, ese día no se sale porque hay que verlo”. Lo dice sin solemnidad, como quien explica una tradición que se respeta sin discusión. La afición también fue una ventaja para hacerse seguidor: “Me ha permitido hacer amistades en otras ciudades. Vitoria, por ejemplo”. Y en Burgos, apunta, esa unión tiene una forma propia que busca llamar a los aficionados de otras localidades: “Somos humildes pero cercanos. Hacemos ruido e invitamos a todos a que vengan al Coliseum”.
Luis sitúa el mayor estallido emocional en 2017, cuando Burgos logró por fin el ascenso a la élite que tantas veces se había negado en los despachos. “Además lo vivimos en la grada, en Palencia. Fue inolvidable”. Luego llegarían los éxitos europeos y, más tarde, el jarro de agua fría del descenso a la categoría de plata. Esta temporada, el equipo ha regresado de nuevo a la máxima competición, una vuelta que Luis celebra con especial orgullo. A su juicio, el camino ha servido para “filtrar” la grada: “En las épocas buenas hubo gente más de ‘postureo’, que desapareció cuando tocó bajar. Ahora quedamos los leales”. Pero pese a valorar este regreso como “totalmente merecido”, insiste: “Nada como aquel primer ascenso”.

Luis, su hijo Adrián, y su nieto Hugo, fieles seguidores del San Pablo Burgos
Para Adrián, su hijo, la historia empezó igual que la de tantas familias burgalesas: “Con el Tizona, porque mi padre era socio”. Él tenía seis años y empezó a jugar en el colegio. Cuando surgió el Club Baloncesto San Pablo como nuevo proyecto profesional en Burgos, estuvo desde el primer día. Y en la grada, encontró algo más que animación organizada: encontró pertenencia. Es miembro de la Peña Andrés Montes, uno de los grupos más activos del Coliseum, “desde hace unos once años”. ¿El porqué? Lo resume rápido: “Hay muy buen ambiente. Aunque no nos conozcamos, todos hacemos piña. Nos juntamos, comemos juntos, animamos. Hay mucha unión”.
Adrián no entiende los desplazamientos como un sacrificio, sino como “excusas para viajar”. Recuerda en especial dos: la ‘odisea’ burgalesa que viajó a Atenas para seguir al equipo en la Champions y el desplazamiento a Cerdeña en marzo de 2020, “justo cuando empezó la pandemia”. En su memoria azul también pesan momentos de signo contrario: “Los ascensos y el descenso. Por emociones distintas”. Y lamenta que los títulos internacionales no pudieran vivirse en la grada a causa de las restricciones por la COVID.
Su mirada sintetiza bien el espíritu que se respira en Burgos. Para Adrián, la grandeza del club está en la cercanía: “Los jugadores son personas normales. Hay comunión con los aficionados. No es como en el fútbol, que es más hermético”. Y si hay algo que reivindica, es la fuerza que brota de la grada. “La gente desde fuera no se imagina lo que es estar allí dentro. Hay que vivirlo. El ambiente, el estar todo el partido animando, el compañerismo…”. Por eso, cuando se le pide una sola palabra para describir lo que significa el baloncesto en la ciudad, no duda: “Familia”.
Una emoción que tiene relevo
Y en esa familia fiel entra ya Hugo, de cuatro años, que pisa el Coliseum desde que tenía seis meses. “Aguanta lo que aguanta un niño, claro”, bromea su padre. Pero la semilla está plantada. Se sabe los nombres de los jugadores, señala sin dudar a “Gonzalo Corbalán” cuando se le pregunta por su favorito y disfruta del ambiente junto a los compañeros de grada. Ya forma parte del rito familiar y su respuesta a por qué le gusta el baloncesto lo resume todo: “Es divertido”.

Luis, su hijo Adrián, y su nieto Hugo, fieles seguidores del San Pablo Burgos
En Burgos, pocas cosas definen mejor la pasión que se respira en las gradas. Un niño que ríe, un padre que anima en comunión, un abuelo que recuerda y una ciudad que se reconstruyó muchas veces a través de un balón naranja. “Vivirlo con mis hijos y ahora con mi nieto es estupendo”, reconoce Luis. Medio siglo después de aquel primer partido, la emoción sigue intacta. Y, sobre todo, tiene relevo.




