De la seguridad a la falta de privacidad: lo que no te cuentan del dilema de compartir ubicación
Daniela es una joven santanderina que, al igual que muchos de su generación, utiliza este recurso de manera habitual, aunque confiesa que tiene sus ventajas y desventajas

Santander - Publicado el
3 min lectura
La costumbre de compartir la ubicación del móvil en tiempo real se ha convertido en una práctica cada vez más habitual, sobre todo entre los jóvenes. Lo que en un principio se planteaba como un recurso puntual de seguridad, hoy se ha transformado en un hábito casi permanente. Y como ocurre con cualquier costumbre, tiene sus ventajas, pero también genera dudas: ¿dónde queda la privacidad cuando todo el mundo sabe en qué punto exacto estás a cada momento?
En España, compartir ubicación se ha normalizado de forma acelerada. Aplicaciones como WhatsApp, Google Maps o incluso redes sociales permiten que los amigos, familiares o parejas sepan no solo dónde estamos ahora, sino dónde hemos estado durante todo el día. Según informes recientes, la generación Z —los menores de 30— es la que más lo practica. Lo hacen en nombre de la seguridad, por la tranquilidad de los padres, pero también como una forma de conexión en sus círculos sociales.

De la seguridad a la falta de privacidad: lo que no te cuentan del dilema de compartir ubicación
La experiencia de Daniela
Daniela tiene 21 años y es de Santander, aunque lleva cuatro en Madrid estudiando Derecho. Desde que se mudó a la capital comparte su ubicación con sus padres y con un grupo reducido de amigos. “Ellos saben dónde estoy y eso les deja tranquilos, sobre todo porque vivo sola”, explica en conversación con COPE Cantabria. Para ella, es una forma de cuidarse y dejarse cuidar. Sus padres lo valoran y sus amigas lo usan como red de apoyo: cuando salen de fiesta y alguien tarda en dar señales, basta con comprobar la ubicación para saber que ha llegado bien a casa.
Pero este gesto, que transmite seguridad, también acarrea incomodidades. Daniela reconoce que cuando decide desactivar la ubicación, no tardan en llegar las preguntas: “¿Por qué la quitaste?”. Es decir, la lógica de la protección se convierte a veces en un mecanismo de control. Y aquí aparece la paradoja: la misma herramienta que tranquiliza también puede generar presión y condicionar la forma de actuar.
Privacidad frente a seguridad
El debate no es nuevo, pero sí se ha intensificado. Tener a alguien “geolocalizado” ofrece la tranquilidad de que, si pasa algo, se puede actuar rápido. Daniela recuerda cómo, gracias a este sistema, una amiga recuperó el teléfono que había perdido en un bar. Pero no todo son ventajas: estar constantemente localizable implica renunciar a un grado de intimidad que antes se daba por sentado.
Hay jóvenes que, como Daniela, han puesto límites claros: nunca comparte su ubicación con una pareja. Lo considera un signo de desconfianza y un control innecesario. Prefiere reservarlo para su círculo más cercano y, aun así, admite que puede resultar agobiante que sepan en cada momento dónde está y qué hace.
En paralelo, las aplicaciones han ido más lejos: no solo muestran la ubicación en tiempo real, también guardan el recorrido completo del día. Una especie de diario invisible que registra todos los movimientos. ¿Es necesario que alguien sepa a qué hora entraste en la biblioteca o cuánto tiempo estuviste en casa de un amigo? Para muchos jóvenes, la respuesta es no. Y sin embargo, lo han normalizado.

De la seguridad a la falta de privacidad: lo que no te cuentan del dilema de compartir ubicación
Una práctica que define a una generación
El caso de Daniela es representativo de lo que está ocurriendo en buena parte de la juventud española. Compartir ubicación se ha integrado como una rutina, casi como contestar un mensaje o subir una foto a Instagram. Se hace por seguridad, por comodidad o simplemente porque todos lo hacen.
Pero al mismo tiempo abre un debate que no deberíamos perder de vista: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar la privacidad? Lo que para unos es un gesto de confianza, para otros es una forma de control tóxico. Y entre medias, la vida diaria de jóvenes como Daniela, que intentan encontrar el equilibrio entre sentirse protegidos y mantener un espacio propio.
Quizá el reto de los próximos años sea precisamente ese: aprender a usar estas herramientas con cabeza, evitando que la comodidad de estar siempre conectados nos lleve a vivir bajo una lupa constante. Porque, como dice Daniela, “está bien que te localicen cuando hace falta, pero también necesitamos momentos para estar simplemente en paz, sin que nadie sepa dónde estamos”.