El alma del Morico, el hombre que da vida al cabezudo más popular de Zaragoza: "Me transformo"
José Miguel Ballester encarna la tradición y la emoción de las Fiestas del Pilar bajo la máscara de uno de sus personajes más icónicos

El Morico, el cabezudo más querido de Zaragoza
Zaragoza - Publicado el - Actualizado
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José Miguel Ballester es el rostro anónimo tras el Morico, el icónico cabezudo de Zaragoza. Una tradición que vive con honor, pasión y una entrega que va más allá del Pilar.
La comparsa de Gigantes y Cabezudos es uno de los momentos más esperados de las Fiestas del Pilar de Zaragoza. Cada año, sus figuras recorren los barrios de la ciudad en una tradición que une a generaciones y que, desde febrero de 2024, cuenta con la declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial por parte del Gobierno de Aragón. Este reconocimiento oficializa la profunda raigambre de una costumbre que tiene en el Morico a uno de sus protagonistas indiscutibles. Este cabezudo, vestido con chaquetilla de colores y una llamativa gorra de jinete, es famoso por su canción popular: “Morico el pilar se come las sopas y se echa a bailar”. Su presencia es sinónimo de fiesta, carreras y una alegría que se transmite de padres a hijos.
Un legado de 39 años
Desde hace dos años, quien se oculta bajo la fibra de vidrio del Morico es José Miguel Ballester. Asumió el rol tras la jubilación de su antecesor, Domingo Carrillo, una leyenda que portó al cabezudo durante 39 años. Para Ballester, no se trata de un simple relevo, sino de un “honor” que conlleva una gran responsabilidad. El paso de testigo entre Carrillo y Ballester simboliza la pervivencia de la tradición, garantizando que el espíritu del Morico siga intacto. José Miguel es consciente del peso del legado que ahora descansa sobre sus hombros, un compromiso que asume con el máximo respeto y dedicación, consciente de que no solo carga un cabezudo, sino una parte importante de la memoria sentimental de Zaragoza.

El Morico es uno de los Cabezudos más queridos por los niños.
El principal consejo que recibió de su predecesor fue claro y fundamental: “disfrutar cada momento”. Esta es la recomendación que José Miguel lleva a rajatabla, convencido de que la pasión que siente es lo que realmente llega al público. “Si tú disfrutas con él, al final, es lo que también ven los demás en ti”, explica. Esa energía es la que conecta con los miles de zaragozanos, desde niños hasta mayores, que esperan su paso. No se trata de una actuación mecánica, sino de una comunión con el personaje y con la gente, una entrega que convierte cada salida en una experiencia única tanto para él como para quienes lo rodean en las calles.
Cuando me pongo el Morico, digamos que me transformo. Puedes haber llevado un mal día, pero el ponértelo te cambia todo, no te acuerdas de si tienes dolores, si sudas..."
El Morico
La intrahistoria del personaje
El origen del Morico se remonta a 1867 y está ligado a la aristocracia zaragozana. La teoría más extendida apunta a que representa a un mozo de cuadra de origen cubano que trajo consigo el Conde de la Viñaza. Su atuendo, con gorra y chaquetilla de vivos colores, evoca la vestimenta de los jinetes o *jockeys* de la época, un detalle que refuerza esta hipótesis y lo distingue del resto de cabezudos. Esta figura exótica para la Zaragoza del siglo XIX se consolidó rápidamente como una de las más carismáticas, ganándose el afecto del público y una copla propia que ha perdurado hasta nuestros días como parte indispensable del folclore local durante las fiestas.
Dar vida al Morico exige una considerable fortaleza física. José Miguel Ballester reconoce que dentro del cabezudo “se pasa un poco de calor y es verdad que sudamos algo”. El peso de la estructura, aunque manejable, se suma al esfuerzo de las carreras y los bailes durante horas. Sin embargo, no realiza ninguna preparación física especial. La verdadera fuerza, según él, reside en la mente y en la capacidad de evasión que le proporciona el personaje. La transformación es tan profunda que el cansancio o el dolor quedan en un segundo plano, eclipsados por la adrenalina y la emoción del momento festivo.
Un icono para todas las edades
La figura del Morico, como la del resto de la comparsa, trasciende generaciones. “No solamente para los niños, también ves mucha gente mayor que se emociona al verte pasar y que quiere darte la mano”, relata Ballester. Esa conexión emocional con los mayores es una de las facetas más gratificantes de su labor, un testimonio del poder de la tradición para evocar recuerdos y sentimientos profundos. La estampa de abuelos explicando a sus nietos quién es cada cabezudo es habitual en cada barrio. Para José Miguel, ser el catalizador de esa emoción compartida es algo que, según confiesa, le pone “los pelos de punta”.

La salida de los Cabezudos es uno de los momentos más esperados por los niños.
En la era digital, el Morico se ha convertido también en una celebridad mediática. Ballester ha perdido la cuenta de las fotos que le piden en cada salida. “Mucha gente me ha dicho que estoy en los perfiles de WhatsApp de mucha gente de Zaragoza”, comenta con humor. Disfruta especialmente de la dinámica de las carreras, persiguiendo tanto a mayores como a pequeños. Aunque prefiere “correr a los mayores”, se deleita observando la reacción de los niños, que se le acercan “un poco con miedo, un poco reticentes, pero quieren acercarse”. Esa mezcla de temor y fascinación es la esencia del juego que proponen los cabezudos.
Hay muchos seguidores, seguidores fieles que vienen vayas al barrio que vayas"
El Morico
Patrimonio vivo de Aragón
La declaración de la Comparsa como Bien de Interés Cultural Inmaterial no solo protege a sus figuras, sino también a las personas que, como José Miguel, garantizan su continuidad. Este reconocimiento pone en valor el oficio del portador, la música que acompaña los desfiles y las prácticas sociales asociadas. La comparsa de Zaragoza está formada actualmente por once cabezudos, entre los que figuran, además del Morico, otros tan célebres como el Tuerto, el Boticario, la Forana o el Robaculeros, cada uno con su propia historia y personalidad, representando arquetipos populares de la sociedad aragonesa de distintas épocas.
El futuro de esta tradición parece asegurado gracias a la pasión de personas como Ballester. Su aspiración es clara y sigue el ejemplo de su predecesor: “espero que me dejen tenerlo, por lo menos, como a Domingo, ¿no? Hasta que me jubile”. Esta declaración de intenciones no solo refleja su compromiso personal, sino la fuerza de una costumbre que se transmite de portador a portador. Mientras haya personas dispuestas a sudar bajo la máscara, a transformarse con el personaje y a disfrutar haciendo disfrutar a los demás, los cabezudos seguirán siendo el alma de las fiestas y un pilar fundamental de la cultura zaragozana.
La labor de Ballester personifica así la simbiosis perfecta entre el patrimonio cultural y el factor humano que lo mantiene vivo. El Morico no es solo una figura de cartón piedra, sino el resultado de la energía, el sacrificio y la ilusión de quien lo porta. Cada carrera por las calles de un barrio, cada foto con un niño y cada sonrisa de un anciano son la prueba de que, más allá de la fiesta, los cabezudos son un vehículo de emociones y un tesoro colectivo que Zaragoza y Aragón se esmeran en conservar para las futuras generaciones.
Este contenido ha sido creado por el equipo editorial con la asistencia de herramientas de IA.