Cómo se ve la niebla a 1.600 metros: la vida en los refugios de los Pirineos

Refugios como Casa de Piedra y Bachimaña afrontan el otoño-invierno entre niebla, soledad y logística en altura

Vistas Balaitus (Valle de Tena)
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José Ángel Sánchez, guarda de Montaña en el Valle de Tena

Paola Bandrés

Jaca - Publicado el

4 min lectura

Quien ha subido alguna vez al Pirineo Aragonés lo sabe: la niebla en altura es un espectáculo único. A 1.600 metros de altitud el paisaje cambia por completo. Los senderos desaparecen, las cumbres de tres mil metros quedan ocultas y los lagos de montaña parecen flotar en un mar blanco. 

“Veo los picos ahora desde la ventana”, cuenta José Ángel, guarda del Refugio Casa de Piedra en Panticosa (Valle de Tena). “La niebla está a 2.200 y lo que son las puntas de los 3.000 están tapadas”.

La vida de un guarda de montaña  

Ser guarda de montaña es mucho más que abrir la puerta de un refugio y dar alojamiento. Es un oficio que mezcla hospitalidad, meteorología, logística extrema y rescate. Como explica José Ángel Sánchez, “nuestro trabajo va desde cocinar hasta colaborar con la AEMET o con Protección Civil. Un día haces camas y otro sales a buscar a un montañero que no ha llegado”. 

REFUGIO CASA DE PIEDRA EN PANTICOSA

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REFUGIO CASA DE PIEDRA EN PANTICOSA

Durante los meses de otoño y antes de la llegada del invierno, la labor se multiplica. Hay que revisar sistemas de calefacción, comprobar generadores, limpiar depósitos de agua, reforzar ventanas y tejados para las primeras nevadas, y sobre todo, llenar las despensas. “Tenemos que estar abastecidos hasta mayo”, señala. Eso significa planificar al detalle kilos y kilos de comida, bombonas de gas, combustible, material de limpieza y hasta medicinas básicas.

La logística varía según el refugio. En el Refugio Casa de Piedra, junto al Balneario de Panticosa, los suministros llegan por carretera. Pero en el Refugio de Bachimaña, situado a 2.200 metros, el acceso es más complejo: “En invierno la comida llega en helicóptero. Organizamos un día de vuelo y el aparato hace rotaciones con cargas de 800 o 900 kilos. Subimos desde latas de conserva hasta huevos. La clave es saber cómo distribuir el peso y qué poner abajo o arriba, como cuando haces la compra en casa, pero en condiciones mucho más exigentes”.

REFUGIO BACHIMAÑA

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REFUGIO BACHIMAÑA

El trabajo no se limita a la intendencia. Los guardas también son observadores meteorológicos que informan de la evolución del tiempo, vigilan el riesgo de aludes y mantienen contacto directo con la Guardia Civil de Montaña en caso de emergencia. En situaciones críticas, son los primeros actuantes en un rescate, antes de que lleguen equipos especializados.

La rutina puede parecer repetitiva, pero nunca lo es del todo: “Un día te levantas para preparar desayunos y terminas atendiendo a un grupo de montañeros, y al siguiente estás coordinando la descarga de un helicóptero o saliendo con raquetas a buscar a alguien que se ha retrasado”.

Y luego está la soledad, que forma parte del paisaje. En pleno invierno, un guarda puede pasar días enteros sin ver más gente que a su compañero de turno. “He llegado a estar 14 días sin ver a nadie. La soledad es una gozada, pero también te enseña a convivir contigo mismo. El problema no es hablar solo, el problema es cuando empiezas a discutir contigo mismo”, bromea José Ángel.

Historia y modernidad en altura  

El Refugio Casa de Piedra, junto al Balneario de Panticosa, cumplirá 100 años en 2026. Hoy ofrece 66 plazas. Por su parte, el Refugio Bachimaña, inaugurado hace 15 años, dispone de 80 plazas y está considerado uno de los más modernos de los Pirineos. 

Según la Federación Aragonesa de Montañismo, más de 100.000 personas duermen cada año en los refugios de Aragón. Solo Casa de Piedra y Bachimaña reciben cerca de 7.000 visitantes anuales.

La magia de la niebla en las cumbres  

La niebla, la nieve y la soledad marcan la vida en los refugios. “He llegado a estar 14 días sin ver a nadie”, recuerda José Ángel. Y es en esos días cuando los paisajes se vuelven irrepetibles. Los Ibones de Bachimaña, el Garmo Negro o los Picos del Infierno emergen y se ocultan en cuestión de minutos, envueltos en un mar blanco que transforma por completo el Pirineo. 

Para quienes se atreven a subir en jornadas de niebla, la montaña se convierte en un lugar íntimo y misterioso. No hay horizonte, no hay ruido, solo el viento y la respiración. Y en medio de esa inmensidad, un refugio iluminado siempre aparece como punto de calor, café y conversación.

Como dice José Ángel, con esa pasión que tienen los guardas de montaña: “En cada tiempo regular hay que ir al monte".

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