Ad líbitum, con Javier Pereda. Hoy: "Rutas"

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Redacción COPE Jaén

Jaén - Publicado el - Actualizado

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En plena canícula se puede hacer deporte al aire libre. La hora más adecuada será antes de que salga el sol, con temperaturas que ronden los veinte grados. En esta ocasión madrugamos para recorrer en bicicleta de montaña medio centenar de kilómetros, desde Jaén a Martos. Se puede hacer por la Vía verde del Aceite (Torredelcampo y Torredonjimeno) o por los Villares. Después de haber entrenado ese recorrido en muchas ocasiones, me inclino por la comarca villariega, porque se alcanza mayor velocidad, con subidas y bajadas y con un hermoso paisaje. Desde la Catedral de Jaén dedicada a la Asunción, donde se divisa la luz de la cruz del Castillo, nos trasladamos a la fortaleza tuccitana con un personaje como nexo de unión, Fernando III el Santo. Al acercarnos a la urbanización Jabalcuz, sus luces recuerdan el portal de Belén, hasta que ascendemos levemente al Mirador, donde se contempla “Jaén la nuit”. Al descender con rapidez por la carretera hasta los Villares, se resecan los ojos al contacto del aire, lo que provoca un lagrimeo para contrarrestar esa sequedad, pudiendo discurrir por las mejillas. Atravesamos esta población en donde se oye el rumor del agua que brota con fuerza de los caños de las fuentes; circunstancia que se agradece para hidratarse. También se experimenta una bajada notable de la temperatura, motivada por la confluencia del Río Frío y del Río Eliche, que nace en el municipio marteño. Éste último nos acompañará en paralelo por la carretera, en el recorrido por el margen izquierdo entre los frondosos huertos y cultivos, con su vegetación y choperas de la ribera. Esta carretera comarcal de los Villares a Martos, en sentido ascendente, presenta repechos y descensos, curvas y algún llano, con la Virgen de Jabalcuz en lo más alto y la sierra de la Grana a la derecha; a la izquierda el Cerro del Viento. Superada la última subida en la lontananza aparece majestuosa la Peña, que, según la canción popular, sabemos lo que harían los marteños si fuera de azúcar: chupa que chupa; lugar geoestratégico durante las guerras y conquistas. En la entrada a la “Cuna del olivar”, nos da la bienvenida desde su ermita Santa Lucía de Siracusa, mártir en tiempos de Diocleciano; le pedimos que nos preste sus ojos, para ver los asuntos con claridad. Pese a las anunciadas restricciones energéticas, todavía no ha llegado la hora de apagar la iluminación pública, por lo que deslumbra la iglesia del patrón de la ciudad, San Amador, un sacerdote marteño, martirizado por los musulmanes. Ascendemos entre callejuelas habitadas por personas de origen magrebí, hasta alcanzar el santuario de la Virgen de la Villa, en donde el testimonio de los mártires de la persecución religiosa, forman parte del acervo familiar: Obdulia Puchol, Manuel Melero y Victoria Valverde, entre otros. Después del preceptivo rezo de la Salve, nos restan otros ochenta minutos de pedaleo intenso de vuelta, con coloridos y sensaciones distintas. Dirigimos una última mirada al castillo de la Peña, a las murallas y torreones del castillo de la Villa, cruzamos la Plaza del Ayuntamiento con la iglesia de Santa Marta (copatrona, la que en Betania se afanaba por muchas cosas), que hoy se celebra su fiesta. La vuelta hasta los Villares se rueda rápio, intentando no confundirse con el desvío a Jamilena, con el fondo majestuoso de la Pandera, que está reclamando una pronta visita. Se acomete la cuesta de los Villares a buen ritmo sin apenas reposar en el sillín, con una irrupción espectacular del sol, la Cimbra, los Cañones y el Almadén (como se observa en la foto tomada ayer), hasta que atravesamos la cara sur de las Peñas de Castro. Es curiosa la conducción aérea de las tuberías de agua que cruzan la carretera, que proviene del pantano del Quiebrajano, Otiñar y Mingo, con destino a la metrópoli. La maldad humana ha dejado huella del incendio de 19 hectáreas hace cinco años en el Portichuelo; duele con solo verlo. Aunque hemos estado admirados por la Creación durante el recorrido, nos alegra descubrir el primer Sagrario, en la residencia de Fuente de la Peña. El amor por esta tierra evoca a “La lozana andaluza” de Francisco Delicado: “Porque su castísima madre y su cuna fue en Martos y, como dicen: no donde naces, sino con quien paces”.

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