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AD LIBITUM con Javier Pereda. Hoy: La Pasión

Tiempo de lectura:3Actualizado16 mar 2023

La Pasión y Muerte del Señor en la Cruz es la cosa más alta y divina que ha sucedido jamás desde la creación, dice Luis de la Palma (Cuadernos Palabra). La palabra pasión deriva del latín “passio”, que significa “sufrir”; está ligada con el verbo “padecer” y su raíz etimológica común es “paciencia”. Ésta ha de traducirse como la “capacidad de sufrir y tolerar desgracias y adversidades o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni rebelarse”. La “casualidad” hace que coincidan la pandemia del coronavirus Covid-19, con una cuarentena mundial en la que se celebra la Semana Santa. El modelo de sufrimiento por antonomasia nos lo ofrece Jesús de Nazaret en los Evangelios, al redimir por amor a todos los hombres del pecado. Especialmente nos aflige en estos días el dolor con la muerte, hasta ahora de cien mil personas en el mundo y más de quince mil en nuestro país; cifras que no pueden reducirse a una estadística, al igual que la destrucción de millones de empleos. El Libro de Job del Antiguo Testamento, en la época persa tras el destierro de Babilonia (s. V-IV a.C.), nos relata una hermosa historia y constituye un anuncio de la Pasión de Cristo. En este texto encontramos una sabia respuesta al sentido del dolor, porque como nos enseñó el Maestro: “Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto (Jn 12,24). Job era íntegro, recto, temeroso de Dios y alejado del mal. Vivía felizmente en el país de Us, con 7 hijos y 3 hijas (signos de plenitud en la paternidad). Era el hombre más potentado de todo el Oriente con siete mil cabezas de ganado menor, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y un gran número de siervos. El Señor estaba orgulloso de este hijo fiel. Satán le contestó que era porque le protegía: “bastará con tocar un poco lo que posee para que te maldiga”. Entonces fue sometido a durísimas pruebas en el mismo día: perdió todos los ganados y murieron todos sus hijos y esclavos. La reflexión del santo de la paciencia fue: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó”. Satán insistió al Señor que no le maldecía porque no le había tocado su vida. El profeta de las tres religiones abrahámicas fue probado de nuevo y adquirió una úlcera maligna desde los pies hasta la coronilla; Job serenó a su mujer: “Si aceptamos de Dios los bienes, ¿cómo no vamos a aceptar también los males?”. Finalmente, el Señor bendijo a Job, como muestra de su fidelidad, duplicando sus bienes y posesiones. Otro testimonio ejemplar de paciencia es el del cardenal australiano George Pell (1941), obispo de Melbourne. La Corte Suprema de Australia, compuesta por siete jueces, acaba de declarar en sentencia firme y por unanimidad su inocencia. Se revoca la condena de enero de 2019 del tribunal de Victoria por pederastia, al vulnerar la presunción de inocencia y la valoración de las pruebas. Atrás queda un calvario judicial y de la opinión pública, que ha afrontado con paciencia siguiendo su lema episcopal: “nolite timere”, “Be not afraid”. El purpurado ha estado privado de libertad durante 400 días, sin que le permitieran poder celebrar la Misa en su celda; se le prohibía cruel e hipócritamente consumir una vinajera de vino. Quiso someterse a la jurisdicción penal de su país, pese a que gozaba de la inmunidad del Estado Vaticano, al ser uno de los ocho prelados que ayudaban al Papa en el gobierno de la Iglesia. Su pecado fue haber defendido el derecho a la vida de los no nacidos, oponerse al matrimonio homosexual y prevenir activamente la pedofilia. Quien fuera arzobispo de Sidney ha superado pacientemente la campaña de persecución “ad hominen” de algunos medios de comunicación rabiosamente laicistas. El ex prefecto de la Secretaría de Economía ha obtenido la fuerza para superar esta difícil prueba en los largos ratos de oración entre rejas ante Jesús crucificado, que le ha llevado a perdonar a sus perseguidores. Nada más concederle la libertad, su primer deseo ha sido el de celebrar la Misa. El Señor nos invita desde la Cruz, como a Job y a Pell, a encontrar el sentido del sufrimiento que padecemos, uniéndonos a su Sacrificio incruento.

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