Algunos hemos podido ver jugar a Francisco Gento en el estadio Santiago Bernabéu, en sus últimos años como futbolista. En 1953 se incorporó al Real Madrid con 19 años, procedente del Racing de Santander, cuya región le observó nacer hace 88 años. Será recordado aquél extremo que llevaba el número 11 a la espalda, por la gran velocidad —corría cien metros en diez segundos— con que desbarataba defensas por la banda izquierda; le acompañaba el regate y la frenada en seco, con vertiginosos quiebros, junto con un potente disparo. Para perfeccionar la técnica tuvo al lado inmejorables maestros como Rial y Di Stéfano.

Con su natural adiós, en una vida deportiva legendaria, también se va parte de nuestra existencia e infancia. Guardo en la memoria la alineación de mi bautismo madridista —con siete años—, en aquellas apasionantes tardes de Chamartín: Betancourt, Calpe, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Groso, Amancio, Veloso y Gento. De todos ellos, y los que vendrían después, conseguí autógrafos que guardaba celosamente con veneración y orgullo. Veía los partidos en el tercer anfiteatro —en la zona más alta—, por ser el lugar reservado para las entradas de los colegios; algunos amigos conocíamos los vericuetos y entresijos del estadio hasta descender a pie del campo —no sin cierto riesgo— y sentir el resuello jadeante de los jugadores. En esta zona no había asientos, pues se permanecía de pie sobre la grada de cemento; los marcadores eran manuales, y produce ahora nostalgia recordar la publicidad estática anunciando “Philips”. Quien fuera apodado como la “galerna del Cantábrico” consiguió 6 Copas de Europa —nadie ha alcanzado ese record—, cinco consecutivas desde 1955 a 1960, y la del “Madrid Yé-yé” 1965-1966.

A ese deslumbrante palmarés se le unen 12 Ligas, 2 Copas del Generalísimo (así se llamaban antes de la Transición), entre otros trofeos. El fantástico quinteto: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento, formaba una temible delantera en el fútbol ofensivo de entonces. El que fuera presidente de honor del club de sus amores, ha contribuido a que el Real Madrid, en sus 119 años de historia, haya sido reconocido por la FIFA como el mejor y más prestigioso club del continente. Además de un notable deportista era reconocido como una buena persona, que encarnaba los valores del madridismo: la humildad, el respeto, el compañerismo, el talento, el trabajo y el sacrificio. Los compañeros más jóvenes coinciden en que era como un hermano. No se jactaba de sus éxitos, como reflejan con frecuencia deportistas de élite, que sucumben a la tentación de la fama.

Al casarse con Mariluz puso orden en sus sentimientos. Sólo le expulsaron en dos ocasiones: por insultar a un árbitro y al revolverse ante el marcaje pegajoso de un defensa, aunque luego le pidió perdón. Andrés Amorós, en el libro “Álbum de cromos” (2021), transcribe la frase del brasileño Garrincha, considerado uno de los mejores regateadores: “Gento y yo, con nueve más, seríamos campeones”. A “la saeta rubia”, don Alfredo, se le atribuye un cambio revolucionario en la concepción del fútbol; jugaba por todo el campo: desde la defensa hasta de delantero centro. Paco Gento también ha escrito una página brillante en la historia del Real Madrid y del fútbol a nivel mundial. El de Guarnizo, junto a cientos de deportistas que han jugado en el club más laureado, han contribuido a obtener el galardón europeo más anhelado en numerosas ocasiones (13 ”Orejonas”).

No sólo en blanco y negro —argumento de quien carece de ellas o posee casi tres veces menos—, porque el esplendor presente está fundado en el esfuerzo centenario. Así, la Séptima de Mijatovic y la Octava frente al Valencia, apenas dos décadas. En lo que va de siglo XXI, la Novena con la volea antológica de Zidane; la Décima con el cabezazo de Ramos en la final madrileña de Lisboa; la Undécima, reedición de la anterior a los penaltis; la Duodécima frente a “Vecchia Signora”; y la Décimotercera (2017-2018) con la chilena de Bale frente al Liverpool. Este club de fábula lo componen jugadores como Gento, porque a la grandeza del pasado le acompaña el acierto en la gestión económica. Y, sobre todo, la cultura de la excelencia y la fuerza espiritual, como legado de la historia, que lleva a su afición a desear con fruición la Decimocuarta.