
Jaén - Publicado el - Actualizado
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Algunas iniciativas y trabajos no se llevan a cabo por el temor al qué dirán. El refranero invita a actuar: “Haz el bien y no mires a quién”; aunque la decisión que adoptemos no satisfaga a todos. En la asignatura de Literatura de los primeros cursos de bachillerato se estudiaba el “Libro de los exiemplos del Conde Lucanor et Patronio” (1336), de Don Juan Manuel, adelantado mayor del Reino de Murcia, y nieto de Fernando III “el Santo”.
La obra se compone de 51 “exempla” o cuentos moralizantes y didácticos, tomados de las fábulas de Esopo y otros clásicos, así como de cuentos tradicionales árabes. Años más tarde, La Fontaine haría popular esta historia en sus relatos literarios. En ellos, el conde Lucanor plantea a su consejero Patronio un problema, y éste modestamente le ilustra con una historia, de la que puede extraer la enseñanza oportuna. El conde exponía el escollo que un hombre tenía con un hijo: a todas las cosas que quería hacer, el mozo le abrumaba con múltiples inconvenientes; esto le impedía llevar a cabo proyectos buenos para su hacienda. Después que el padre soportara durante largo tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, ideó una prueba para corregirle. Un día de mercado fueron los dos con su burro a la ciudad, para comprar lo que necesitaban.
Caminando los dos a pie y la bestia sin carga alguna, recibieron la crítica de unos hombres que volvían, pues decían que no parecía muy juicioso que fueran así y el animal sin carga. El hijo manifestó al padre la sensatez de la apreciación. En ese momento el padre mandó a su hijo que subiese a la cabalgadura. Siguiendo el camino se encontraron a otros hombres que comentaron la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el joven, que podía caminar sin fatigarse, descansaba sus posaderas a lomos del asno. De nuevo le preguntó el padre al hijo qué pensaba; a lo que contestó que parecían tener razón. Entonces mandó a su hijo bajar del jumento y se acomodó el padre sobre él. Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, al dejar que su pobre hijo fuera a pie. De nuevo el hijo contestó al padre que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó al hijo subirse con él al pollino, para que ninguno caminase. Yendo así los dos, se encontraron con otros que comenzaron a decir que el équido que montaban era tan flaco y débil, pues apenas podía soportar su peso, que estaba muy mal que fueran los dos encima. A lo que el hijo contestó al padre que a su juicio decían la verdad.
Llegado este punto, el padre le dijo a su hijo que había creado aquel escenario para instruirle cómo llevar adelante los asuntos; pues tenían que hacer alguna de aquellas monturas y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Le enseñó que nunca haría algo que contentase a todos; pues si hacía una cosa buena, los malos la criticarían; si era mala, los buenos no podrían aceptarla. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más adecuado —aquí la lección—, haz con determinación y libertad lo que más te beneficia, y no dejes de hacerlo por temor a las críticas, salvo que sea algo injusto; pues en muchas ocasiones la gente habla de las cosas a su antojo, sin criterio y sin pararse a pensar. Se plantea el dilema de que ante las diferentes soluciones que se puedan adoptar —la mayoría opinables—, la crítica está asegurada, hágase lo que se haga.
Eso sucede cuando el entrenador de un equipo deportivo alinea a unos jugadores determinados, y no a otros; o el responsable familiar, político, religioso adopta unas medidas, dejando de lado otras posibles… Como nunca llueve a gusto de todos y para gustos los colores, por preservarse de la crítica se puede caer en la permanente inacción. Por lo tanto, habrá que sopesar los pros y los contras, no precipitarse, pedir consejo a personas sabias y prudentes, y luego decidir lo más favorable. Moraleja: “Por criticas de gentes, mientras no hagáis mal, buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar”.