Las Divinas Palabras de Ernesto Medina. Hoy: Tradiciones de Jaén

Jaén - Publicado el - Actualizado
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En la biblioteca de mis padres siempre ha habido unas estanterías dedicadas a libros relacionados con Jaén. Aproveché la comida familiar del domingo para consultar un libro de Rafael Ortega y Sagrista, “Tradiciones y costumbres de Jaén”. Deseaba comprobar una hipótesis que en mi fuero interno ya tenía más que descontada. Efectivamente en sus páginas no aparecía ninguna referencia al tema objeto de mi desasosiego. Mientras mis hermanos acaban de disponer los aperitivos y el vermú, tuve tiempo de consultar los índices de la revista “Don Lope de Sosa”. Nuevo fracaso.
Sentado a la mesa, solicité a Javier y Jesús que fuesen enumerando, según les viniesen a la mente, tradiciones de Jaén. Dadas las circunstancias, empezaron por las gastronómicas: gachas por los Santos; calabaza asada y rosetas la noche de San Antón; sardinas cuando la romería de Santa Catalina… “Abandonad las que se pierden en la noche de los tiempos. Alguna más moderna”. Unas migas en el Cuatro Esquinas. Criadillas en el Montana. Vino y queso en el Gorrión. Bocadillos de calamares en el Bomborombillos. “Que no sean de comer”. Empezaron con las bromas. “Seguir llamando al Carrefour, Pryca. Cuando no se oye bien una película en el cine, se grita “jibao”, el sonido. Aparcar en las vías del tranvía. Que llueva cuando hay toros en la feria de San Lucas”.
Entre tan variados ejemplos no salió a colación, sin embargo, la tradición que nos ha descubierto el concejal Julio Millán. Cito textualmente sus palabras en una entrevista emitida por una televisión local: “la compra de votos, que se suele producir y los que somos de Jaén lo conocemos (…). La posibilidad de compra de votos en un colegio donde ha habido tradicionalmente compra de votos”.
Lo que me molesta del asunto es no haberme enterado antes. Un servidor, que es abstencionista por convicción, gustosamente hubiera sacado al mercado su voto. Pública subasta y adjudicado al mejor postor. Por un precio razonable. Que tampoco es cuestión de vender los principios por lo que cuestan las cañas de un fin de semana. Incluso podríamos negociar un precio más alto por un paquete considerable de papeletas aportadas por otros colegas tan desencantados como yo.
También me displace que haya sido puesta en evidencia palmaria mi ingenuidad ciudadana. Presumo de enterado de los asuntos públicos, doy la tabarra a mis oyentes con artículos que presumo sesudos, para que finalmente, por ignorancia, queden al aire mis vergüenzas políticas e intelectuales.
Estas cosas se cuentan antes, don Julio. Y todos nos apañamos.
Palabras, divinas palabras



