Comer carroña nos hizo humanos
Un estudio destaca su importancia como estrategia eficiente de subsistencia complementaria a la caza y la recolección

Científicos de la Universidad de Granada han participado en una investigación liderada por el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana
Granada - Publicado el
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Científicos de la Universidad de Granada han participado en una investigación liderada por el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) que se acaba de publicar en la revista Journal of Human Evolution, en la que se presenta un nuevo paradigma del papel de la carroña en la subsistencia de las poblaciones humanas a lo largo de su evolución.
Se trata de un trabajo de síntesis multidisciplinar en el que paleontólogos, arqueólogos y ecólogos del CENIEH, del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES), del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC-CSIC), del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), de la Universidad Miguel Hernández, así como de las Universidades de Alicante, Granada y Málaga, han revisado las ventajas e inconvenientes del consumo de carroña para un homínido.
Según los autores, la mayor ventaja del carroñeo radica en que requiere mucho menos esfuerzo para obtener el alimento que la caza. En cuanto a las desventajas, siempre se ha dicho que es un recurso escaso e impredecible, que consumir cadáveres conlleva siempre un alto riesgo de adquirir patógenos, y que implica el riesgo de ser atacado por un predador letal al tratar de acceder al cadáver de un animal.

Marcos Moleon Paiz
Sin embargo, los resultados de las investigaciones ecológicas dibujan un escenario muy diferente que dinamita estas desventajas que tradicionalmente se le han atribuido al carroñeo. Por un lado, la carroña es más predecible de lo que se pensaba y suele estar más disponible precisamente en las épocas del año en las que otros alimentos alternativos son más escasos, por lo que sería un recurso clave para
superar los periodos de hambruna. “Cuando mueren, los grandes mamíferos terrestres y marinos ofrecen toneladas de alimento fácilmente disponible que favorece el que muchas especies de carroñeros se toleren y se alimenten de forma simultánea”, señalan los autores.
Por otro lado, los animales carroñeros muestran comportamientos que minimizan la probabilidad de contraer un patógeno al consumir carroña o entrar en contacto con ella. “Los humanos estamos anatómica, fisiológica, comportamental y tecnológicamente adaptados desde nuestros orígenes para ser eficientes carroñeros. El pH ácido del estómago humano puede ser una defensa ante los patógenos y toxinas y, además, el riesgo de infección se redujo considerablemente cuando comenzamos a utilizar el fuego para cocinar. Más aún, los humanos podemos recorrer grandes distancias con poco gasto energético en comparación con otros mamíferos, lo cual es imprescindible para detectar suficiente carroña”, aclaran los investigadores.
Como explican, “el lenguaje, incluso en sus inicios, nos permitió comunicarnos y organizarnos para buscar cadáveres de grandes animales o arrebatarle la presa a un gran predador, al que podíamos ahuyentar lanzando proyectiles (o simplemente piedras). Incluso las lascas más simples permiten cortar la gruesa piel de los grandes mamíferos, acceder al interior y también rebañar eficazmente los restos de carne que quedan en un cadáver abandonado, mientras que el uso de piedras como martillos permite romper los huesos y acceder a la grasa y al tuétano de su interior”.
Los autores concluyen que, más allá de ser una actividad fundamental para los primeros homínidos, los humanos siempre han recurrido al carroñeo regularmente como una forma más, y muy eficiente, de obtener alimento, complementaria a la caza y al aprovechamiento de recursos vegetales.
Un comportamiento alimentario más
Cuando en la década de 1960 se hallaron en yacimientos africanos evidencias de que los primeros homínidos consumían carne, se desató un intenso debate sobre si los animales consumidos habían sido cazados por los propios homínidos o habían muerto por otras causas y fueron posteriormente carroñeados por ellos.
A partir de ese momento, los arqueólogos y paleoantropólogos se esforzaron en encontrar las pruebas más antiguas de que los homínidos eran capaces de cazar grandes presas. Esto condujo a pensar en una evolución lineal del comportamiento humano, según la cual los homínidos abandonaron muy pronto el consumo de carroña, una vez adquirieron la capacidad tecnológica para cazar grandes presas.
Este debate estaba contaminado por la visión de los grandes predadores como la cúspide de la pirámide alimentaria, con los humanos haciéndose un lugar entre ellos, mientras que el consumo de carroña se ha relacionado históricamente con una actividad marginal y menos “noble”, propia de especies subordinadas y primitivas. Esta visión ha sido refutada por los estudios desarrollados por ecólogos en las últimas décadas.
“Hoy sabemos que la carroña juega un papel fundamental en los ecosistemas y que todas las especies carnívoras la consumen, en mayor o menor medida. Más aún, muchos grupos humanos actuales de cazadores-recolectores siguen practicando el carroñeo, como un comportamiento alimentario más. Si hasta ahora se ha venido diciendo que “comer carne nos hizo humanos”, también se podría decir que comer carroña nos hizo humanos”, afirman los autores.