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VIOLENCIA DE GÉNERO

"Todo lo que me importaba era proteger a mis hijos, ir a dormir y haber salvado el día"

Lucía es una de las 150 mujeres protegidas en Córdoba por el sistema de protección telemática COMETA, integrado dentro de VIOGÉN I Relata a COPE, en primera persona, su historia

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Laura García
Redacción COPE Córdoba

Córdoba

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 05 jul 2023

El año 2023 ha dejado un aumento del 26% respecto al año pasado del número de mujeres víctimas de violencia de género en la provincia de Córdoba que se encuentran protegidas a través del Sistema de Seguimiento por Medios Telemáticos en el ámbito de la Violencia de Género. Son los datos que ha publicado este fin de semana la Delegación de Gobierno contra la Violencia de Género y que actualizan a 1.359, a fecha de mayo de 2023, el numero de mujeres adheridas a VIOGÉN en Córdoba- cinco de ellas, en riesgo muy alto-. En total, hay 150 casos activos en Córdoba. Uno de ellos es el de Lucía -con nombre fictio para proteger su identidad-, de 35 años, a quien su marido maltrató durante tres años y medio en un proceso que la acabó anulando y confundiendo "al punto que no sabes si realmente la culpable de todo eres tú".

Hace un tiempo similar desde que decidió denunciar tras un largo periodo de agresiones físicas y verbales en presencia, además, de sus dos hijos menores. La relación duró trece años, desde prácticamente la salida de la adolescencia. Al comienzo, todo parecía indicar normalidad. "Todo entraba dentro del marco habitual de una relación hasta que nace mi primer hijo y comienzan los celos", explica Lucía. En ese momento, se inicia un proceso progresivo de culpabilidad y reproches que calan en ella hasta hacer menguar su autoestima al punto de sentir "que yo estaba en un cuarto plano en mi vida. Todo lo que me importaba era proteger a mis hijos. Que fueramos a dormir y todo estuviera bien y, así, dar otro día por salvado".

La situación se ennegrece al punto de que las amenazas se tornan reales. "Un día ya no me deja salir a trabajar. Me dice que, si salgo, lo hago con los pies por delante. Desde el miedo que tengo como madre protectora de mis hijos hago caso para tratar de guardar la normalidad de mi casa, pero eso me hace cada vez más pequeña. Arrastré una baja durante un año de esa manera". Todo ello en silencio para no asustar a su familia porque, expresa, "sentía que contarlo no iba a cambiar las cosas porque yo no era capaz de salir ahí. Solo iba a añadir sufrimiento a mi alrededor". Las prácticas violentas se suceden en el ámbito interno de manera continuada y en presencia de sus hijos. Tampoco pasaban desapercibidas para los vecinos, que en varias ocasiones llamaron a los agentes de seguridad. "Cuando llegaba la policía, yo decía que no había pasado nada, que era una pelea sin importancia", relata. Algo similar ocurría cuando el maltrato llegaba a las manos y tenía que acudir a un hospital cargada de excusas.

El punto de inflexión, a pesar de todo, no ocurre en su cabeza por hartazgo ni por lucidez. Lo hace el día que su vida corre peligro porque está a punto de ser víctima de un atropello por su pareja. De nuevo, en presencia de su hijo mayor, que en ese momento tenía diez años. "Mi hijo me miró ese dia y me dijo: "si tu quieres volver a casa hazlo, pero yo no. Ahí decidí que tenia que salir de esa mierda como fuera", expresa con la voz rota.

COMETA, un sistema que funciona

Lucía agarró a sus hijos y se marchó a casa de su madre. "Eso lo cambió todo porque yo siempre volvía. Ese día ya no lo hice", cuenta. Por el contrario, acudió a la policía a exponer su caso e, inmediatamente, entró dentro del Sistema de Seguimiento Integral en los Casos de Violencia de Género (Sistema Viogén) clasificado en la categoría de riesgo extremo, que obligó a establecer una patrulla a los pies de su vivienda durante las 24 horas del día.

Después de tres años y medio, aún no hay sentencia firme por lo penal, aunque sí por la vía civil. Es un caso representativo de lo que arrojan los números en Córdoba: el Juzgado de lo Penal Número 6, encargado de juzgar la violencia machista, es el más colapsado en la Ciudad de la Justicia con un retraso de hasta cinco años en el señalamiento de juicios.

El procedimiento inmediato tras la denuncia, no obstante, sí funciona a plena capacidad y los juicios rápidos se celebran con celeridad. Gracias a ello, Lucía vive desde hace tres años con una orden de alejamiento que la protege de su agresor gracias a la pulsera telemática. "El sistema funciona, pero hay que acudir a pedir ayuda. Tenía tanto miedo que estuve 22 días con las persianas y la llave echada sin salir a la calle después de denunciar. Pero tuve mucha suerte con el policía nacional que se hizo cargo de mi caso. Él me dijo que tenía una experiencia de 25 años en ese trabajo y que, si le hacía caso, no me iba a pasar nada, que nunca le había pasado nada a ninguna mujer si se hacían las cosas bien", expresa. A pesar de ello, reconoce que la rutina le ha cambiado: "He tenido que comunicar en mi empresa mi circunstancia. Es algo que hay que hacer. Y a veces el móvil suena cuando menos te lo esperas porque se ha acercado más de lo permitido, pero yo me siento segura".

Reconstruir los cimientos

Las secuelas psicológicas del matrato se hicieron evidentes al poco tiempo, y Lucía y sus hijos tuvieron que acudir a terapia durante un año. Se lo ofreció el Instituto de la Mujer, donde compartió su experiencia rodeada de mujeres que habían pasado por un trance similar. "Al principio estuve reticente, no quería verme en ese espacio escuchando historias parecidas que me hicieran sentirme peor, pero de lo malo siempre vas sacando algo bueno, acabas entendiéndote y sintiendo que no eres un bicho raro", confiesa, y añade que, a pesar de sentir que ha pasado página, observa en ella y su alrededor que aún quedan cicatrices a medio cerrar: "el maltrato no es solo el momento del golpe o el insulto, es todo lo que arrastra consigo en ti y tu entorno. Mis hijos eran conscientes de lo que estaba ocurriendo y ahora, que ya no viven eso, siento que ellos están sacando la rebeldía, aunque saben que no es lo correcto", relata.

De cara al futuro, reconoce que, a pesar de sentirse joven, le genera incertidumbre que su pasado se cuele en su presente de manera conductual: "Las personas que hemos sufrido un maltrato solemos caer en la misma piedra cuando rehacemos nuestra vida. Tengo cierto miedo a que eso ocurra aunque ahora no lo quiera pensar. Tengo la sensación de que, o todos los hombres son iguales, o que soy débil en ese aspecto y todos me van a usar de la misma manera... que voy a acabar repitiendo el mismo patrón. Aún así, me siento fuerte, a pesar del miedo".


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