Antonio y Mari Paz Merina, un camino de fe, promesas y memoria hacia la Virgen del Rocío

Padre e hija hacen el camino con la hermandad de Córdoba, compartiendo emociones y sacrificio

El simpecado de la hermandad de Córdoba en una parada al anochecer
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Fernando López

Entrevista a Antonio y Mari Paz

Fernando López Munzón

Córdoba - Publicado el - Actualizado

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La tierra tiembla bajo los pasos de una historia que se repite cada año, pero nunca igual. Porque cada Camino del Rocío es distinto, aunque los paisajes se repitan y los cantos suenen familiares. Antonio Merina lo sabe bien. Lleva 16 años peregrinando con la Hermandad del Rocío de Córdoba, pero este 2025 tiene un sabor especial: camina junto a su hija, Mari Paz.

Padre e hija, devotos y compañeros de camino, comparten mucho más que una ruta marcada en el calendario. Comparten recuerdos, oraciones, silencios, y también lágrimas. "Es algo que se siente muy dentro, que no se puede explicar con palabras", confiesa Antonio mientras su carreta avanza entre las arenas del camino. 

Promesa y esperanza  

Este año, Antonio camina con una promesa en el corazón. Su hermano sufre una enfermedad complicada, y su plegaria a la Virgen es clara: "Le pido que nos lo deje el mayor tiempo posible. Y que cuando tenga que marcharse, lo haga con la Virgen del Rocío, y que nosotros sigamos caminando con fe", dice con la voz entrecortada.

La fe no entiende de explicaciones racionales. Se sostiene en la esperanza, en los símbolos, en los gestos pequeños. Como la mirada cómplice entre ambos cuando, al pasar por ciertos lugares, las emociones les desbordan. 

Monolitos y cenizas: lugares sagrados en el camino  

El martes, la Hermandad de Córdoba pasa por un punto marcado con especial cariño: un monolito que recuerda a la Hermandad de Puente Genil. Allí, entre los árboles y los rezos, descansan esparcidas las cenizas de algunos hermanos que caminaron años atrás y que ahora “siguen haciendo el camino desde otro sitio”, como dice Antonio.

Lo mismo ocurre en otro punto clave: el vado del Quema. Allí también reposan las cenizas de familiares que partieron demasiado pronto, víctimas de enfermedades que no dieron tregua. La fe se mezcla con la memoria, y el agua que moja los pies se vuelve símbolo de bautismo y de reencuentro con quienes ya no están. Y allí también tendrán su pellizco cogido el jueves.

Y cuando lleguen a la aldea, frente a la Blanca Paloma, Antonio volverá a mirar al cielo. Su promesa irá en silencio, pero su corazón hablará más fuerte que nunca.

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