La necesidad de beber agua y reponer líquidos es algo indispensable en todos los periodos de nuestra vida. Sin embargo, a medida que crecemos perdemos la percepción de sed. Básicamente, a medida que envejecemos dejamos de tener sed. Y, por este motivo, las personas mayores son mucho más vulnerables de sufrir deshidratación, sobre todo en verano.

Cuando somos más jóvenes, nuestro cuerpo "nos da varios avisos" a medida que vamos perdiendo líquidos mediante la sensación de sed. Nuestro sistema de regulación de la temperatura corporal y de equilibrio hidroeléctrico es el encargado de detectar tanto la pérdida como el exceso de líquidos, al igual que sales minerales. Lo hace enviando un mensaje a nuestro cerebro, y este, manda el mensaje al resto del organismo.

Pero, con el paso de los años, este sistema se ve alterado, es decir, se ralentiza y no cumple bien con su función. Debido a esto, las personas mayores tardan más tiempo en recibir dicha señal y, por tanto, en tener sed. De hecho, hay casos en que, cuando el proceso de deshidratación ha comenzado, dejan de sentir la necesidad de beber agua.

Según la Fundación edad & Vida, esto es un problema, dado que también se producen dificultades de movilidad, ya sea por la presencia de otras enfermedades que hacen que las personas beban menos líquidos de los que necesitan o, simplemente, porque no sienten sed. Además, "los organismos de las personas mayores tienden a perder una proporción de líquido mayor que el resto".

La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que la cantidad de ingesta de agua y líquidos que debemos tomar para mantener un nivel de hidratación idóneo es de dos litros y medio. Esta cantidad equivale aproximadamente a 8 vasos de agua. Con esta fórmula es bastante fácil analizar si bebemos lo suficiente al final del día. Según los datos de la Fundación Edad & Vida, el 77 por ciento de los mayores reconocen que no beben la cantidad suficiente de agua.

Bebe sin esperar a que tengas sed

La comunidad médica recomienda beber sin que esperemos a tener sed a lo largo del día. No tiene que ser solo agua, también pueden ser infusiones, leche, caldos, zumos y demás.

Tal y como sugiere la "Guía de buenas prácticas clínicas en Geriatría: alimentación, nutrición e hidratación en adultos y mayores" de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), es recomendable empezar el día con un vaso de agua de 200 mililitros, esto facilita la movilidad intestinal; además, incrementar la ingesta de líquidos en ambientes calurosos antes y después de hacer ejercicio, aparte de escoger las bebidas en función del nivel de la actividad física, puede ayudarnos a mantenernos hidratados.

El 80 por ciento del agua recomendada para un solo día, debe ser de venir de las bebidas, y un 20 por ciento de los alimentos. También es importante que controlemos el aporte de azúcar añadido, escogiendo una variedad de bebidas con bajo contenido en azúcar o sin esta y, que en su lugar, apostemos por alimentos con un alto contenido en agua como frutas y verduras, ya que nos ayudan a mantener nuestro nivel de hidratación en muy buenas condiciones.