Boris Spassky, el ingenio y la bohemia de un gran campeón que será recordado por una derrota
En 1969 se convirtió en campeón del mundo de ajedrez tras derrocar la defensa más fuerte de la historia

El décimo campeón del mundo de ajedrez, Boris Spassky.
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Las circunstancias se han cebado con Boris Spassky que, pese a haber sido el décimo jugador en alcanzar la corona del ajedrez mundial, ha pasado a la historia por salir derrotado del duelo más importante que se recuerda desde que el tablero es tablero y los peones son peones. Su batalla con Bobby Fischer en la final del Campeonato del Mundo de 1972, llena de aristas políticas, económicas e, incluso, geoestratégicas, cambió el paradigma ajedrecístico como no ha vuelto a suceder.
La de hoy es la historia de un niño en un tren que se ve obligado a dejar su ciudad, Leningrado, sitiada por la artillería nazi. Su hermano y un tablero de ajedrez los únicos acompañantes. El destino se anticipa poco acogedor, un orfanato siberiano. Recuerda su historia a la de otros grandes campeones que, como él, demostraron que el ajedrez es también una manera de desafiar a la adversidad.

Boris Spassky compite en partidas simultáneas con aficionados y participantes del Hay Festival en el Auditorio Manuel de Falla de Granada.
El estilo de Boris Spassky
Hubieron de pasar tan solo cinco años entre la escena del tren y la primera vez que Spassky se daría a conocer ante todo el mundo. A la edad de diez años, en una partida simultánea, vencía al 'patriarca' del ajedrez soviético, Mijaíl Botvínnik, frente al asombro de los presentes. Sus primeros movimientos documentados muestran un jugador de corte posicional y defensivo.
Estilo criticado, el defensivo, en la mayoría de deportes, por cierto. El ajedrez es una guerra de conceptos, aunque hay aspectos del juego que prevalecen en todo momento. Uno de ellos es la capacidad para anticipar los movimientos del rival. Desarrollar habilidad para anticipar los planes de ataque enemigos y anularlos antes, incluso, de que quien se sienta al otro lado del tablero lo sepa, es todo un arte.
En el ajedrez, como en todo deporte, lo que importa es ganar, por lo que resulta ilógico criticar un estilo de juego, sea cual sea, que conduce a la victoria. Pese a todo, Spassky, aún joven, cambió de entrenador. Alexander Tolush le inculcó otro modo de enfocar las partidas. Spassky dejó atrás el camino de la defensa para adentrarse en la matemática de las combinaciones impresionantes y la ferocidad del ataque.

Boris Spassky se enfrenta a Albin Planinc en un torneo de ajedrez disputado en Ámsterdam, Holanda.
Construyendo un camino de leyenda
Siempre es difícil condensar en pocas líneas la trayectoria de jugadores de primera fila, no mundial, sino histórica. Boris Spassky, con sólo 18 años, ya había sido campeón del mundo juvenil, adquirido el título de Gran Maestro y alcanzado un más que meritorio cuarto puesto en el campeonato de la URSS. Sumaba 19 años cuando clasificó por primera vez a un torneo de candidatos, el evento que precede a los campeonatos del mundo y del que sale el jugador que reta a quien ostenta la corona.
A los 29 años de edad, en 1966, llegó su primera gran oportunidad para convertirse en campeón del mundo. Enfrente de él, Tigrán Petrosián y la defensa más fuerte de la historia del ajedrez. Tras 24 partidas, el campeón retuvo el título y Spassky hubo de esperar al menos tres años hasta volver a disputar una final de ese calibre.
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Idéntico rival en 1969, no obstante, el contexto era otro. Spassky contaba ya 32 años de edad y, en el ajedrez, los años no perdonan. Sabedor de que estaba ante una de sus últimas posibilidades para alzarse campeón, pulió su técnica, engrasó su ataque y afiló su defensa. Solo así, tras 23 partidas, pudo levantar el título.
El terremoto Fischer
Mientras Boris Spassky hilvanaba su camino hacia la cima mundial del ajedrez, un joven chicaguense, que solo se dejaba ver en traje, buscaba desde las sombras de Estados Unidos el mismo destino. Pronto, se daría a conocer. A los 14 años de edad, Bobby Fischer se convertía en el campeón de ajedrez de Estados Unidos y, solo un año después, a los 15, en el Gran Maestro más joven de la historia. Su meteórico ascenso hasta la primera fila ajedrecística estaba en marcha.

Bobby Fischer, a los 16 años, durante un Torneo en Zúrich, Suiza.
1971 es un año que para siempre quedará grabado en la retina y la memoria de quienes vieron o conocen lo que ocurrió en aquel Torneo de Candidatos. Fischer arrasó, en el más puro sentido de la palabra, a todos aquellos que se interpusieron en su camino. Primero, derrotó por seis a cero (en ajedrez, cada victoria equivale a un punto) a Mark Taimánov quien, a su vuelta a la Unión Soviética, acusado de haberse dejado ganar, fue duramente represaliado por el Kremlin.
El danés Bent Larsen que, durante 15 años, no se apeó del top 15 mundial de jugadores de ajedrez, experimentó en sus propias carnes la misma derrota. Seis a cero. Tigrán Petrosián, era la última piedra en el camino de Fischer antes de alcanzar el tablero de la final del Campeonato del Mundo, sobre el que ya esperaba Boris Spassky. También era la última esperanza de la URSS para tratar de frenar a tiempo la que, parecía, iba a ser la principal amenaza a la que tendría que hacer frente su dominio del ajedrez mundial. Seis y medio a dos y medio para el estadounidense. Llegaba la hora de la verdad, la hora del Duelo del Siglo.
La partida del siglo
Boris Spassky y Bobby Fischer protagonizaron el duelo de ajedrez que más ha trascendido en la historia de este deporte mental. Una batalla de personalidades, en la que la bohemia conoció a la ambición. También, de egos, en la que se cruzaron dos completamente opuestos. Y un choque de estilos del que el ajedrez emergió como el principal vencedor, pues no fue poco el avance teórico que se extrajo de semejante guerra sobre el tablero.
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Todo lo acontecido durante 1972 merece un capítulo aparte que, seguro, llegará en alguna entrega próxima de COPE. Hasta entonces, el resumen de lo sucedido deja una conclusión, y es que Boris Spassky no pudo hacer frente a la doble lucha que Fischer planteó, dentro del tablero por un lado, y fuera de él por el otro.
Qué queda de boris spassky
La inteligencia. Boris Spassky elaboró un plan para que, en caso de salir derrotado del Duelo del Siglo, el Kremlin no pudiera ponerle las manos encima, tal y como hizo con los jugadores que, antes que él, tuvieron la poca fortuna de ser derrotados por Fischer, véase el caso de Taimanov.

Boris Spassky, durante una conferencia en Gales.
La impaciencia, teñida de humor. Leontxo García es una eminencia del periodismo especializado en ajedrez. En una de sus piezas, recuerda como Spassky, en alguna ocasión, se presentó a partidas oficiales de campeonatos de ajedrez llevando una bolsa con ropa de deporte y una raqueta de tenis consigo. Todo, para forzar unas tablas rápidas e irse a jugar a la pista. Escenas que solo puede protagonizar alguien de su talla.
Arte. Porque, efectivamente, hay partidas de ajedrez que son obras de arte. Y no son pocas las que firmó quien se consagró campeón del mundo en 1969. Entre otras, la primera de la final del Campeonato del mundo, ante Fischer o la inmortal de 1.960, en el campeonato de la URSS ante el propio David Bronstein.
Un ejemplo de deportividad. La mejor manera que Spassky encontró para hacer frente a las exigencias y extravagancias de Fischer, al tiempo que lidiaba con las presiones internas que sobre él ejercía el Kremlin fue, precisamente, la deportividad. El soviético siempre priorizó jugar al ajedrez, incluso, ironizaba sobre las estrambóticas exigencias que demandaba Fischer para sentarse a disputar la final. Hasta el último momento del duelo, demostró que el ajedrez era su pasión y que era esa, y no otro, la razón por la que jugaba.
Boris Spassky se une al elenco de jugadores que una vez fueron Grandes Maestros y hoy son leyendas.