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Talavante se cuela en la fiesta de despedida de Padilla

El extremeño dice adiós tras bordar el toreo en la triunfal despedida española de Padilla. Manzanares corta dos orejas con una gran corrida de Cuvillo.

Juan José Padilla, último Premio Nacional de Tauromaquia

Juan José Padilla, último Premio Nacional de TauromaquiaARCHIVO

Julio Martínez Romero | Zaragoza

Tiempo de lectura: 5'Actualizado 22:13

Sin tiempo casi para asimilar una tarde de tantos detalles, Padilla abandonaba el ruedo a hombros de sus compañeros y Zaragoza se rendía ante el jerezano. El toreo de verdad se frotaba los ojos ante la verdadera despedida. Talavante anunció su retirada de los ruedos.

Media hora antes del inicio del festejo, el huracán Leslie se quiso asomar a la despedida del ídolo maño. Cómo en una final de Champions, las banderas piratas se personaron casi en cada localidad. Cómo un auténtico tifo ultra, el coso misericorde se fue llenando entre el estruendo que provocaba el agua chocando contra la cubierta. Una tempestad que vino acompañada de un pirata. Un epílogo de leyenda para el adiós de uno de los toreros que más bregó en ultramar y que, en su retiro a puerto, ha disfrutado de las mieles del botín conquistado.

La catarsis de la ovación al ídolo previa al festejo se tornó en un silencio maestrante con la salida de Aguaclara, un castaño regordío de Cuvillo que no quiso ni ver al matador. Cómo en el último tramo de temporada, un Padilla prácticamente desinhibido de la lidia renunció a las banderillas. El brindis al público volvió a desatar la locura en los tendidos. Y como si todo estuviese guionizado, que en parte así fue –a excepción del anuncio de Talavante-, vuelta al silencio sepulcral. Un derechazo circular de varias centenas de grados volvió a poner la caldera "on fire". El toro sacó fondo cuando se quedó solo con Padilla y repitió con codicia en la muleta del jerezano. Los muletazos periféricos acompañados de ritmosos martinetes agradaron al público. En la tarde del todo vale, Padilla sacó sus armas más populistas y, a su peculiar manera, pasaportó al animal. La espada viajó entera y contraria. Precisó de hasta 5 golpes de descabello, alguno de mala manera para acabar con él.

Padilla fue algo más Padilla con el cuarto. Arrebatado y con ganas de agradar en el último toro de su carrera en España, aunque eso habrá que verlo. Quitó por ajustados faroles tras un inexistente tercio de varas. Esta vez sí, cogió los palos ante el delirio maño. La puesta en escena fue bullidora, de la colocación de los pares tendríamos que abrir un hilo en el Cossío para definirlos. Dos más próximos al rabo que al morro y otro en las cloacas. Brindó a sus hijos, en una barrera del tendido 3. Allí mismo se plantó de rodillas. El ritmo del toro fue proclive al triunfo, por momentos desbordó a Padilla. Todo depende del cristal con que se mire, diría Campoamor. Para la despedida, toro perfecto. Para hacer el toreo, superior. Todo se quedó en lo primero, por desgracia. Desplegó por última vez la artillería pesada que tanto le ha dado. Enterró la espada en los mismos medios. Toro de bandera Tortolito. El presidente se olvidó en casa del moquero azul. Que descanse el pirata en su retiro. Se lo ha ganado. Todos los respetos.

El toreo de verdad llegó en tercer y sexto lugar. Con el hombre, con el torero. Talavante, de impoluto blanco, se personó en la que, indefinidamente, será su última tarde. Improvisó un saludo con el capote a una mano, alejado del toreo canónico, pero torero como pocos. Remató con una media sensacional al tercero, un colorado de escueto remate. Se arrancó con franqueza al caballo, a pesar de que no recibió casi castigo. Tras brindar al público, comenzó la faena con el cartucho de "pescao" en los medios y un manojo de bellísimos naturales. Otra tanda más en los medios de toreo caro, profundo, empacado. Soberbio Talavante. Con la muleta en la diestra, toreó con plasticidad e improvisación. Una arrucina caló hondo en los tendidos. La faena bajó varios peldaños cuando se metió en los terrenos del toro, precedido de un desarme. Bien es cierto que la boyantía inicial del animal no aguantó la exigencia del extremeño. Lástima de espada, que se llevó un triunfo gordo, pero ahí quedó la faena. La penúltima.

El sexto, impropio de plaza de primera, dejó torear de capa a Talavante. Esta vez sí, por verónicas sentidas abrochadas con dos medias de cartel. En el caballo, tampoco se le dio nada. Brindó su último toro a dos amigos íntimos, en el callejón. Al hilo de las tablas cuajó un inicio muy torero, con un trincherazo bárbaro. Después, primero con la muleta en la mano derecha y luego en la zurda, ralentizó con inspiración al noble cuvillo. Toreo del de toda la vida. El de verdad. Otra vez, Talavante. Otra vez, en Zaragoza y otra vez, Cuvillo. Puso en pie a la plaza sin ningún gesto. Toreando. Colofón, esperemos momentáneo, a una extraordinaria carrera. La de un Talavante vapuleado por un sistema que debe estar de copas. Cerró por personales manoletinas y una estocada entera en lo alto que tardó en hacer efecto. Cuatro golpes de descabello echaron por tierra el triunfo numérico, pero ahí dejó Talavante el toreo. Que se dice pronto. Y pronto debe regresar. La fiesta se queda ayuna de una personalidad única.

Manzanares se gustó de capa con el segundo de la tarde. Entremezcló verónicas con el compás abierto, a pies juntos y dos chicuelinas con marcado sello alicantino. Con la muleta, Manzanares hizo gala de un temple exquisito para sacarse al toro al tercio y torearlo después en redondo con la muleta montada. El compás del cuvillo encontró delante la suavidad al natural de un Manzanares que ha terminado la temporada a gran nivel. Naturales de seda con un toro que sacó un fondo de nobleza y transmisión exquisito. La estocada, entera y algo desprendida, sacó el último arreón del animal, que se llevó por delante a Suso y le propinó una cornada en el gemelo. El presidente dejó la clamorosa petición en un solo trofeo.

El quinto blandeó de salida y pasó por el peto para cumplimentar el reglamento. Nada más. Brindó el toro a su amigo Padilla. En los medios, lo toreó a placer al natural. Con una dosis extra de entrega y con la suavidad habitual. Otro buen animal de Cuvillo. De nota. Cómo lo fue el trasteo de Manzanares. Lo cuajó por ambos pitones y supo adecuar la velocidad del muletazo a la templada embestida de Mosquero. Al segundo intentó dejó una estocada casi entera de rápido efecto.

Zaragoza y sus compañeros auparon a Padilla a hombros. En segundo plano, cabizbajo, Talavante se marchó a pie. Con la idea firme en su mente. Así se debe ir un torero. Con dos cojones. Desde que se vistió por primera vez de matador en 2006 en Cehegín, Alejandro Talavante ha puesto a todos de acuerdo. En todas las plazas, con todos los toros y con las figuras. Él es figura. De época. Uno de los últimos bastiones de la pureza. Un sistema que, seguro, ha hecho mella en esta dura decisión. Pero ni ese sistema ni todos los que le han boicoteado arruinarán nada. Talavante no se ha puesto a su altura. Volverá. El torero le espera.


FICHA DEL FESTEJO 

Zaragoza, domingo 14 de octubre de 2018. 10ª de Feria. Lleno de "no hay billetes".

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Toros de Núñez del Cuvillo, desiguales y bien presentados salvo el 6º, muy terciado. 1º, manso y noble. 2º, excelente. 3º, con clase y a menos. 4º, extraordinario. 5º, noble y con buen fondo. 6º, noble y con clase.

Juan José Padilla, silencio tras aviso y dos orejas tras dos avisos.

José María Manzanares, oreja con fuerte petición de la segunda y oreja.

Alejandro Talavante, oreja y ovación con saludos tras aviso.

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