CORRIDA DE BENEFICENCIA

Samuel Navalón, que corta dos orejas, salva la última de feria en Ciudad Real

Carlos Aranda se justificó con pulcritud ante sus paisanos y Alejandro Peñaranda no tuvo opciones con un lote deslucido. 

Samuel Navalón, en su salida a hombros en Ciudad Real

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Samuel Navalón, en su salida a hombros en Ciudad Real

Agencia EFE

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Julio César Sánchez

La corrida comenzó con un toro que tuvo continente pero no contenido. El de Martín Lorca llegó muy parado a la muleta, quizás porque no lo tenía dentro o porque en el peto se le pegó un único puyazo, pero generoso de Domingo García"Jabato". Lo innegable es que Carlos Aranda nada pudo hacer ante semejante marmolillo en el último tercio.

Un pulcro manojo de verónicas y una notable media en el cierre del quite por chicuelinas fue lo más destacado del toreo de capote de Aranda, en el cuarto y en la tarde, un ejemplar que se dejó aunque acometió sin excesivo brío. El trasteo, brindado al empresario Nacho Lloret, se fundamentó en el pitón derecho, con momentos encajados, siempre de uno en uno, unos de mayor ajuste, otros más periféricos, dejándonos con ganas de más. Con la espada rozó el tercer aviso merced a lo dilatado del trasteo y de la carencia de acierto con los aceros.

Al segundo, visto lo parado que se quedó el primero, apenas se le picó, y le regaló algunas arrancadas a Alejandro Peñaranda, mejores por el pitón izquierdo, lado por el que hubo naturales largos y templados. Por el derecho protestaba punteando el engaño y se metía por dentro. De no fallar con el acero, a buen seguro su disposición habría sido premiada con una oreja. Por su parte el sobrero quinto, un toro serio pero bajo y bien hecho, se paró irremisiblemente dejando inédito a Peñaranda quien, afortunadamente, lo apioló pronto y bien.

En el tercero el que de verdad embistió fue Samuel Navalón. No solo porque lo recibiera con largas cambiadas de rodillas e iniciara faena de muleta con vibrantes pases cambiados por la espalda, que también, sino por una disposición inquebrantable apoyada en un toreo firme y nada estrambótico. Porque después de las largas y los cambiados, se quedó para torear, ligando los pases cuando tuvo que hacerlo, y dándole tiempo al de Escribano Martín cuando el fuelle menguó. Y como se tiró a matar y acertó, a sus manos fueron dos orejas.

No mató con igual acierto al sexto, en este caso al segundo viaje y necesitando de varios intentos con la cruceta, ante el que, de nuevo, Navalón derrochó hambre de querer ser. El de Martín Lorca, basto de hechuras, también fue tras la muleta sin clase. Ello no importó al albaceteño/valenciano, quien insistió con chispazos de buen toreo y entrega permanente.

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