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TOROS OTOÑO

Heroica faena de Paco Ureña con un peligroso manso de banderillas negras en Las Ventas

Paco Aguado

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 21:23

Paco Aguado

El diestro murciano Paco Ureña mantuvo hoy un heroico cara a cara con un peligroso manso, condenado además a banderillas negras, de la divisa de Toros de Cortés, protagonizando el momento más intenso del segundo festejo de la feria de Otoño de Madrid.

En lo que pareció una auténtica limpieza de cercados de una de las ganaderías que más lidia en ruedos españoles y franceses, al ruedo venteño salieron hoy algunos galafates que, por su volumen y bastas hechuras, acrecentaron hasta la mansedumbre la escasa raza que albergaban dentro de tan amplios continentes.

Y si, aun así, uno de ellos rompió a embestir con claridad en la muleta, el quinto, que en este caso sí que fue malo, se negó ya desde su salida a tomar los capotes siquiera una sola vez, huyendo asustado de los cites y deambulando por la plaza sin control buscando la salida, incluso cuando, en una trabajosa brega, fue yendo de caballo a caballo para huir de estampida al sentir el hierro hasta en siete ocasiones.

Tuvo el presidente que sacar, por tanto, el pañuelo rojo que lo condenaba a banderillas negras, tal y como lo que era, un declarado manso que se guardó todas sus energías hasta que casi quince minutos después de su salida por toriles, Paco Ureña se quedó solo con él muleta en mano.

Tuvo antes que sacarlo de su querencia de toriles y alejarlo lo más posible de allí, hasta los mismos medios, donde al sujetarlo el animal respondió con cierta brusquedad. Solo que, a medida que le hostigaba y le hacía embestir tapándole la salida con el engaño, el de Cortés comenzó a violentarse y a desarrollar un peligroso sentido.

Ureña fue muy consciente de ello, sabedor de que el mínimo descuido podía suponer una cornada de un astado que embestía a arreones y buscaba quedarse corto con intenciones de cazador, ante las que el murciano, con una heroica decisión, nunca volvió la cara, ni siquiera cuando, al entrarle a matar por primera vez, el avieso manso le prendió feamente por el pecho y le arrancó el chaleco, aunque, asombrosamente, sin mayores consecuencias.

Ese fallo y los que tuvo con el descabello le impidieron pasear la que hubiera sido una más que merecida oreja, pero la ovación clamorosa que le acompañó en la vuelta al ruedo que le obligaron a dar fue como un entregado reconocimiento de la plaza entera a su pundonorosa actitud.

El cuarto del que hablábamos, aun más voluminoso, también manseó mucho en los primeros tercios, absolutamente rajado y aquerenciado en los tableros, pero sólo en apariencia porque bastó con que Sebastián Castella le centrara en la muleta para que se centrara en la pelea y repitiera con transmisión sin volver a hacer ningún amago de huida.

Tuvo además este astado la facilidad de una movilidad nada exigente, embistiendo abierto, sin mucho celo y sin apretar al diestro francés, que calentó al tendido acompasándose, más que dominando, el vibrante movimiento continuo del toro hasta un final de faena algo más reposado, aunque dos pinchazos le negaron la más que segura oreja, y quien sabe si hasta dos, que el agradecido público le hubiera solicitado por su habilidoso trasteo.

Antes, Castella había estado muy inconcreto y poco enfibrado con el que, a la postre, fue el mejor toro de la corrida, un primero castaño que tuvo temple y un medido pero más que suficiente fondo, algo gastado en el tercio de quites entre Ureña, con entregadas verónicas, y el galo, que le respondió con unas muy ajustadas tafalleras.

Los otros tres toros del encierro de Victoriano del Río duraron muy poco en la pelea, pues el primero de Ureña calamocheó con brusquedad y el lote de Ginés Marín, que tardó muy poco en deshacerse de ellos, no tuvo casta ni para defenderse, rajados y desentendidos a las primeras de cambio.

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FICHA DEL FESTEJO

Seis toros de Victoriano del Río (4º y 5º con el hierro de Toros de Cortés), muy dispares de cuajo, hechuras y cabezas, los tres últimos especialmente voluminosos y bastos. En cuanto a juego, dominó el descastamiento y la mansedumbre desde los primeros tercios, y especialmente la de el cuarto, que rompió en la muleta, y mucho más acusada la del quinto, que sacó peligro tras ser condenado a banderillas negras.

Sebastián Castella, de azul añil y oro: estocada baja trasera y descabello (silencio tras aviso); dos pinchazos y estocada caída (vuelta al ruedo tras aviso).

Paco Ureña, de corinto y oro: tres pinchazos y estocada caída (silencio); pinchazo, estocada delantera y seis descabellos (vuelta al ruedo tras dos avisos).

Ginés Marín, de fucsia y oro: estocada (silencio); estocada delantera desprendida y descabello (silencio).

Entre las cuadrillas, destacaron en la brega José Chacón, Antonio Manuel Punta y Agustín de Espartinas, mientras que Rafael Viotti saludó en banderillas.

Cuarto festejo de abono de la Feria de Otoño, con casi lleno en los tendidos (unos 20.000 espectadores), en tarde calurosa.

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