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La labor de Amalgama7 con jóvenes que padecen trastornos de conducta: “La ansiedad hacía que me autolesionara”

Desde 1997, esta institución ofrece atención integral a adolescentes de entre 14 y 18 años que presentan trastornos como consumo de drogas, difícil relación familiar o pantallismo

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José Melero Campos
@ImparablesCopeRedactor de COPE

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 09:07

Contrariamente a la creencia popular, ser adolescente en este primer cuarto del siglo XXI no es tan sencillo como parece. La presión y a veces frustración por no cumplir con los cánones del éxito hacen mella en muchos de ellos.

Los adolescentes de hoy son los hijos de Internet, de un mundo globalizado, que consumen y que tienen mucho poder en su contexto familiar. En las sociedades del primer mundo, los jóvenes tienen que afrontar riesgos derivados del consumo y de esta convicción de que tenemos que ser felices desde los mismos valores, que es ser rico, jóvenes, famosos y saludables. El 90% de las personas no cumplen estas condiciones, lo que nos puede llevar a la infelicidad y a una baja autoestima.

En este contexto, una figura paternal y maternal se antoja como fundamental para guiar y, si es preciso, marcar unos límites. El problema llega cuando en algunas familias los padres pretenden ejercer más de “amigos” que de padres.

¿Explica estos factores que el consumo de drogas entre los jóvenes sea cada vez mayor? ¿Justifica el fracaso escolar? ¿Es como consecuencia de ello los casos de anorexia entre chicos y chicas preadolescentes?Tal vez no, ya que ello podríamos sumar la situación familiar en el que conviven cada uno de ellos, así como las compañías u otros posibles trastornos.

Desde 1997,Amalgama7 ofrece una atención integral, terapéutica y educativa a estos jóvenes con problemas y a sus familias. Muchos de estos chicos están tutelados por la administración, por lo que llegan a Amalgama7 tras ser derivados desde los servicios de protección.

En la actualidad, Amalgama7 cuenta con 170 plazas residenciales en sus centros distribuidos entre Cataluña y Madrid.Una de ellas se encuentra en un paraje natural de Valldaura, en la provincia de Barcelona, hasta donde se ha desplazado COPE.es y TRECE para conocer el trabajo que día a día desempeñan con estos jóvenes que oscilan generalmente entre los 14 y los 18 años.

A todos ellos les unen una infancia y adolescencia difícil. Como la de Raquel, a quien la ansiedad que le generaba el consumo de drogas o la mala relación con sus padres le llevó a autolesionarse en brazos y piernas.

“Me autolesionaba porque no encontraba la manera de expresarme, no me sentía comprendida, y era una forma de soltar el malestar que llevaba dentro”, confiesa mientras la cámara enfoca las profundas lesiones que se generó en sus extremidades.

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“Lo primero es que los chicos sean conscientes de que tienen un problema”

Una vez que estos chicos llegan a Valldaura, así como al resto de centros con los que cuenta Amalgama7 en Cataluña y Madrid, no son conscientes de que tienen un problema, por lo que el primer paso de la terapia es que sean conscientes del problema tal y como explica el director clínico de la institución, Jordi Royo.

“El principal objetivo es que el paciente tome conciencia de su problemática. Porque en la mayoría de los casos los chicos que llegan están convencidos de que no les pasa nada. Consumen drogas, no tienen interés por los estudios ni actividades extraescolares, roban, tienen problemas familiares… pero piensan que todo está bien”.

Siete de cada diez chicos que llegan a los centros de Amalgama7 recibieron con anterioridad otros tratamientos en centros públicos que no resultaron ser efectivos, en muchos casos por la falta de tiempo. Aquí la estancia puede prolongarse hasta los 24 meses. El origen de los problemas es variado. Desde la violencia paterno-filial o las malas compañías, pasando por el consumo de drogas.

"Yo lo pasé muy mal desde los siete años hasta los 13 porque sufría malos tratos en casa”, nos comenta Lidia, quien confiesa que su paso por el centro terapéutico de Valldaura le ha permitido abandonar su adicción y mejorar la relación con su familia.

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Por su parte, el bullying en el colegio fue lo que llevó a Marta a ser anoréxica con apenas doce años. Cuando llegó a Valldaura hace menos de dos años, pesaba 34 kilos. Hoy puede decir alto y claro que lo ha superado, y ha encontrado incluso un trabajo como camarera en el bar de un familiar: “Los problemas empezaron porque mi madre tiene esquizofrenia y toma una medicación que hace que esté gordita. En el colegio me hacían bullying diciéndome que acabaría como ella”, relata.

“Las visitas de las familias al principio tienen que ser espaciadas”

En la mayoría de los casos, las relaciones con las familias son difíciles (cabe recordar que buena parte de estos adolescentes están tutelados por la administración), por lo que las visitas al centro son espaciadas en las primeras fases de la terapia: “Nosotros recomendamos a los padres que durante el primer mes de terapia no visiten a sus hijos, porque estos últimos tienden a pensar que son los responsables de todos sus males”, explica Jordi Royo.

Por ello, en función de cómo evolucione el proceso terapéutico, las visitas serán más o menos frecuentes: “En la primera visita la idea es que haya un primer abrazo para que podamos poco a poco reconstruir la relación que se había deteriorado, siempre a través del respeto”.

Y si la terapia ha ido bien, los lazos familiares se recomponen, como le ha ocurrido a Marta: “Ha cambiado mucho mi relación con la familia. Antes no podía decir un hola que ya estábamos discutiendo. Ahora todo es diálogo, risas, comodidad…”

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Por su parte a los profesionales de Amalgama7, integrado por un equipo clínico, académico y socioeducativo, les queda la satisfacción de ver cómo los chicos y chicas se marchan mucho mejor de cómo llegaron.

“Ellos siempre recuerdan cuando llegan aquí el primer día, pero nosotros también nos acordamos. Son días complicados, porque lo primero que necesitan en muchos casos es un abrazo, el saber que estamos a su lado, pero que les viene un camino largo y difícil”, comenta Ana Fernández, educadora que desde hace tres años trabaja como educadora en Valldaura.

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