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Diagnóstico: cáncer. ¿Y ahora, qué?

Con motivo del día mundial contra el cáncer, nuestra redactora Ana Luisa Pombo ha escrito en primera persona este artículo sobre la enfermedad

Diagnóstico: cáncer. ¿Y ahora, qué?

 

Ana Luisa Pombo

Redactora Jefa

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 12:35

Por alguna extraña razón, cuando el médico de urgencias me dijo que tenía un tumor, yo no me pregunté ¿porqué me pasaba a mi?, simplemente no me lo podía creer. Estaba fuerte como un roble, iba por la vida como una moto y resulta que, dentro, llevaba un bicho pejiguero, dispuesto a comerse mi vida a pedazos. Me parecía tan increíble que, aunque no tenía ni idea de cómo interpretarla, pedí ver la radiografía y después el informe del TAC y sí, allí estaba: una masa tumoral grande en el colon, con posibles metástasis en el hígado que, después, terminaron confirmándose y convirtiéndolo, primero en un T4 avanzado, al borde del desahucio y ahora en un T3 estadío IV, muy complicado, pero con la esperanza intacta.

En mucho menos tiempo del que se tarda en contarlo, aquel 17 de mayo, después del diagnóstico, pasé del "¿ahora qué?",  al "bueno, hasta aquí he llegado",  a, finalmente después de ver el gesto profundamente abatido y lleno de dolor de mi marido y de mi hija, respirar hondo y pensar "tengo demasiadas cosas por las que vivir, y demasiadas cosas por hacer. No, el bicho no me va a robar ni un segundo más de lo imprescindible".

A partir de ahí, la lucha ha sido, está siendo, a brazo partido. Yo, que soy, sigo siéndolo, fóbica a los pinchazos, me he convertido en un acerico en el que confluyen todas las agujas, pero cada vez que me pinchan, cada vez que que el quirófano me espera o la quimio me deja un poco tocada, pienso lo mismo: ya falta menos para curarme.

Después de casi dos años, el bicho y yo, mantenemos una relación rara. De vez en cuando, le hablo, le pido una tregua, le recuerdo que soy poco hospitalaria y cabezona como una mula, me digo y le digo que si quiere guerra me va a encontrar de frente y que es mejor para los dos tener una buena y pacífica convivencia; vaya que lo nuestro es  un tira y afloja, yo sé que él está ahí y él, se emperra en echarme un pulso constante; hoy gano yo una batalla, mañana me tiende él una emboscada y vuelta a la lucha, pero no es una lucha en solitario, no.

Con el cáncer he aprendido que nadie está solo en esa lucha; cada día compruebo como mucha, muchísima gente, se parte el pecho para que yo salga victoriosa de esta guerra desigual.  Mi oncólogo, bendito doctor Martín Valadés, que se la jugó y dio en la diana con las dosis adecuadas de quimio para que los oscuros presagios iniciales se convirtieran en un camino de esperanza haciendo posible que el tumor y las metástasis se redujeran y pudieran operarme; que me anima en cada control, soportando estoicamente mis baterías de preguntas para las que siempre tiene respuestas alentadoras, él, es el principal pilar sobre el que se mantiene mi esperanza de curación. 

Los cirujanos, Celdrán, González, León, Barambio y mi querido doctor Badía, al que tantas veces he entrevistado y colaborador muchos años en el programa LOS DECANOS en COPE y que, además de aportarme una gran dosis de tranquilidad al estar en el quirófano conmigo, se encargó, personalmente, de quitarme el enorme bicho del colon, esos cirujanos, son el puente hacia una curación de la que estoy convencida.

Las enfermeras del hospital de día, la enfermeras de oncología, el personal de radiodiagnóstico, incluso los celadores y cientos de personas, de profesionales de la salud, me arropan, nos arropan,  y cubren la espalda en esta lucha, una lucha que, en mi caso, estoy librando desde la sanidad pública, una sanidad pública volcada, aportando, no solo los mejores profesionales, sino también todos los medios y más novedosos y efectivos tratamientos, sin reparar en gastos, para que los enfermos de cáncer tengamos todas las posibilidades en nuestra pelea contra el bicho. 

Yo, tengo que reconocer que esta sería una lucha imposible de llevar sin el apoyo incondicional y la paciencia ilimitada de mi familia, con mi marido y mi hija, desbordantes de cariño, convertidos en animadores en mis momentos bajos, en permanentes dispensadores de mimos y en cumplidores de mis caprichos más excéntricos.

Desde el minuto uno, he intentado ver mi cáncer desde fuera, informándome, preguntando y comportándome como si le afectara a otra persona y yo tuviera que explicarle la situación y, como tantas veces he hecho con los oyentes de LOS DECANOS, animarla con la convicción de que al bicho también se le puede ganar la batalla. 

Cuando, como es mi caso, llevas dos operaciones encima, cuando al salir de la ducha, ves reflejado en el espejo un abdomen cruzado por enormes cicatrices, cicatrices de guerra, es complicado sacudirse los miedos, miedo a que el bicho se haga fuerte, miedo a que se aposente en algún lugar inoperable, miedo a venirme abajo ante nuevas batallas, miedo porque el cáncer es una espada de Damocles que pende, ya, siempre sobre mi cabeza, miedo..., pero, cuando esos miedos me asaltan, me recuerdo a mi misma que hace casi dos años, mi fecha de caducidad se contaba por meses y sigo aquí, viendo cada día al despertarme, la frase que se ha convertido en mi lema "Todo va a salir bien", una frase que vi un día en un edificio de Cuatro Caminos y hoy, tengo enmarcada en mi casa, consciente de que el hecho de que yo, siga estando aquí, es todo un regalo y prueba inequívoca de que, el cáncer, también da treguas y de él, muchísimas veces, también se sale.

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