La pandemia nos descubrió las visitas virtuales a los museos. Desde entonces, un 63% de los españoles se pasearon por alguno de ellos o por una exposición, muy por encima de la media internacional, que fue del 40%, según Musement.

La tecnología digital nos ha traído otra tendencia que se consolida: son las exposiciones inmersivas que, aun siendo más caras que acudir a un museo, tienen un público muy amplio: la de Van Gogh, que recorrió 20 países del mundo, acumuló más de cinco millones de visitantes.

La de Sorolla, solo en Madrid, 100.000; y al espacio MAD Madrid Artes Digitales, donde sólo se hacen exposiciones inmersivas, van por encima del millón de visitas. La de Tutankamon, creada aquí en España, está ya en seis países del muendo, entre ellos El CAiro (Egipto)

Democratización y sobreestimulación

El investigador y profesor del departamento de diseño e imagen de la facultad de artes de la Universidad Complutense, David Llorente Sanz, considera que las tecnologías han traído la “democratización del arte, todas estas exposiciones nos forman como sociedad, nos pueden dar información adicional, contextos históricos o detalles de las obras. También nos facilitan la educación artística al ofrecer experiencias más enriquecedoras y didácticas”.

Pero toda cara tiene su envés para el investigador que cree que “la dependencia excesiva de esta tecnología puede reducir la apreciación de la experiencia artística en su forma más pura. O la sobreabundancia de información. Tiene pros y tiene contras y creo que la sociedad tendrá que evolucionar para ir adaptándose a estas cosas”.

Sanz, ve precisamente claroscuros en las visitas virtuales porque “aunque hace más accesible el arte, para personas que a lo mejor no pueden pagarse una entrada, o tienen problemas de accesibilidad, pero, aunque es un extra y una adaptación a los tiempos que corren, pero nunca va a ser lo mismo que ver la obra en persona”.

“Siempre habrá dos tipos de personas-corrobora Llorente Sanz- unas a las que va a saciar todo esto y siempre va a querer más y los a los que nunca les va a parecer suficiente. Esto ha venido para quedarse y necesitamos adaptarnos. Los artistas tenemos gran responsabilidad para aplicar la ética a estas tecnologías”.

Cambia el papel del espectador

Algunas personas pueden preferir la contemplación tradicional y pueden sentirse abrumadas por la hiperactividad. “Venimos de una época muy clásica, y esta tecnología va muy deprisa", asegura el profesor de la Complutense. "Para mí, cambian el papel del espectador de un observador pasivo a un participante activo en la creación de significado. Estas tecnologías permiten interactuar con las obras de arte de formas nuevas y emocionantes. Pero puede existir una sobreestimulación que puede distraer el arte en sí, llevando la atención a la tecnología y no al arte en sí. Todas estas tecnologías pueden resultar muy abrumadoras, para la gente, pero sin duda ofrecen experiencias nuevas y emocionantes”.

Las visitas virtuales y sobre todo, las exposiciones inmersivas siguen llamando la atención de los usuarios, a pesar de que una entrada para las inmersivas puede costar casi el doble que la de un museo. Son nuevas formas de disfrutar el arte cada vez más demandadas e implantadas en todo el mundo.

Los avances interfieren en nuestra forma de “mirar” y también en la forma de crear. Cada vez más. Y van a ser muy importantes en el arte contemporáneo. Ya lo están siendo. “La visión aumentada abre nuevas posibilidades permitiendo a los artistas experimentar con formas y estilos que no serían posibles en un entorno puramente físico e impulsará el arte contemporáneo-vaticina el investigador- va a transformar la forma en la que concebimos, creamos y experimentamos el arte. La sociedad se enfrentará a estos desafíos y deberá adaptarse a las nuevas formas de la expresión artística”.