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El Ateneo cumple 200 años mirando al futuro

El periodista y escritor romántico Mariano José de Larra fue el socio número 1 de la Docta Casa

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Ramón García Pelegrín

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 10:55

La institución cultural más famosa de España. Así definía Miguel de Unamuno al Ateneo, una palabra de origen griego que procede de Atenas, cuya diosa era Palas Atenea, madre de la sabiduría.

Como cuenta en su apasionante historia del Ateneo el periodista y biógrafo Víctor Olmos, la Docta Casa arrancaba sus pasos en 1820, gracias a 92 ilustrados, como una simple sociedad patriótica y literaria, bautizada con el nombre de Ateneo Español, hija de la Pepa, la Constitución liberal promulgada el 19 de marzo de 1812.

El principal objetivo del Ateneo era educar a toda la nación en el respeto al diálogo y el amor a la libertad. Pero llega el infausto año de 1823 y la vuelta al absolutismo de Fernando VII propicia que los reaccionarios echen el cierre al Ateneo a cal y canto. Los liberales ateneístas se ven obligados a hacer las maletas del exilio. Entre ellos el vicepresidente de la Docta Casa, Mariano Lagasca, y socios como Alcalá Galiano, el ex presidente de las Cortes, Francisco Javier Istúriz o un joven poeta de 18 años llamado José de Espronceda.

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Desde 1830, escritores románticos como Larra, Zorrilla y Bretón de los Herreros o políticos como Bravo Murillo, Salustiano Olózaga o Donoso Cortés conspiran para abrir un nuevo ateneo en el Café del Príncipe, el famoso Parnasillo, anexo al Teatro Español de la Plaza de Santa Ana. Cinco años después, en 1835, la reina regente María Cristina autoriza la refundación de esta institución con el nombre de Ateneo de Madrid.

Socio del Ateneo, signo de postín

A principios de 1836, el Ateneo abandona su primera sede en la calle del Prado por la que desembolsaba la friolera de doce mil reales al año en concepto de alquiler. En menos de nueve meses tiene tres sedes. A mediados del siglo XIX ser socio del Ateneo era signo de postín y de ser personaje tan principal que Espronceda escribe estos versos en su obra El diablo mundo:

A todos, gloria, tu pendón nos guía
Y a todos nos excita tu deseo:
Apellidarse socio, ¿quién no ansía
Y estar en las listas del Ateneo?

Benito Pérez Galdós se sube al tren del Ateneo en noviembre de 1865. Un tren que cuenta con un espacio denominado El Wagon, así llamado por ser una estancia estrecha y larga donde solían reunirse los artistas. Uno de sus muebles más emblemáticos era un sofá con respaldo, ideal para dormir la siesta o, al menos, echar una cabezadita.

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Pero la sala más icónica del Ateneo era y es La Cacharrería. Su nombre se debe a que allí había rumores desacordes, acentos desatinados como de voces roncas, alboroto y estruendo cacharreril, como afirma el historiador Víctor García Martí. Claro está, los petimetres y pisaverdes que frecuentan tan mágico lugar son conocidos como los cacharreros, seres arrogantes e incisivos cuyas conversaciones más parecen batallas dialécticas, con miradas que echan fuego.

El Ateneo también tuvo un protagonismo muy destacado en uno de esos momentos clave en la historia de España: el derrocamiento de la reina Isabel II en 1868, en un tsunami revolucionario conocido como la Gloriosa y que dará paso a un apasionante Sexenio Revolucionario donde España cambiará de régimen en tan corto tiempo más que de levita.

En los primeros gobiernos de esta etapa revolucionaria, liderados por los generales Serrano y Prim, figuran ateneístas ilustres como Echegaray, Moret y Sagasta. A finales de 1869, las elecciones entronizan en la cúspide del Ateneo a uno de los grandes personajes políticos de la España del XIX: Antonio Cánovas del Castillo. Figura clave además a la hora de tender puentes entre el fallido experimento de la Primera República y la Restauración monárquica en la persona de Alfonso XII, hijo de la derrocada Isabel II.

El Ateneo entra en el Siglo XX

El Ateneo entra en los primeros años del siglo XX enarbolando la idea del regeneracionismo frente a males endémicos de la política española como el caciquismo y el clientelismo. En aquellos años de hace un siglo, el Ateneo recibe a personalidades de la ciencia y la cultura como el físico y premio Nobel Albert Einstein o la afamada actriz francesa Sarah Bernhardt.

En 1904 es admitido en el Ateneo el rey Alfonso XIII “que vive en el Palacio Real”. El monarca agradece el gesto de la Docta Casa con “un espléndido donativo de diez mil pesetas” con las que se financia la calefacción.

1905 es un año de gran importancia. Por primera vez, el Ateneo abre sus puertas a la mujer. La novelista gallega Emilia Pardo Bazán, autora de Los pazos de Ulloa, se convierte así en la primera socia ateneísta de número, setenta años después de que Mariano José de Larra lo hiciera.

Por las puertas del Ateneo han pasado los personajes políticos y culturales más importantes de los siglos XIX, XX y XXI pero también las ideas y los valores de la Ilustración. Una profunda huella del pasado que se alarga hasta el presente.

El Ateneo cumple 200 años mirando al futuro

El Ateneo celebra ahora su bicentenario con un amplio programa donde se dan cita la música con la danza, el cine con el teatro. Como dice el expresidente de la Docta Casa, César Navarro, “el Ateneo no puede morir porque en su seno están las raíces del pasado que darán los frutos del futuro”.

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