En un ejercicio de calculada propaganda, el gobierno de Daniel Ortega ha filtrado a sus medios afines unas imágenes del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, secuestrado y encarcelado desde hace más de mes y medio por la claridad de sus denuncias de los desmanes de la dictadura. Ante las insistentes demandas de diversos sectores de la sociedad civil, el Gobierno nicaragüense ofrece así una prueba de vida, con imágenes en las que puede verse al obispo más delgado, vestido de preso y rodeado de todo cuanto conviene para estigmatizar al prelado a los ojos despóticos del régimen.

Ortega no da puntada sin hilo. Recordemos su histriónico comportamiento cuando justificó la desaparición de Monseñor Álvarez porque, literalmente, era un soberbio y energúmeno, que estaba desquiciado, que se había negado a exiliarse como le habían ofrecido y que, en consecuencia, había sido traidor a la patria, la acusación que sirve como comodín y cajón de sastre. Todo perfectamente orquestado para justificar sus tropelías y la situación de represión insostenible en la que tienen sumido al pueblo nicaragüense.

Nicaragua ya ha sufrido demasiado. Como ha dicho el Papa Francisco, es necesario rezar para que se abran los corazones de los responsables políticos, pero también es hora de que las instituciones internacionales y los países democráticos actúen para frenar a un régimen que aplica su rodillo totalitario sobre todos aquellos que osan discrepar.