Si hay un fenómeno que produce efectos negativos en la vida de las personas, en los más jóvenes, pero también en muchos adultos, sobre el que la sociedad mira para otro lado, es el de la pornografía. España es uno de los países del mundo en el que se consume más porno. Según estudios científicos acreditados, la edad promedio de inicio en el consumo está entre los 8 y los 11 años. Siete de cada diez adolescentes afirman consumirla de forma habitual. Por eso COPE y Trece despliegan hoy, a lo largo de su programación, una amplia acción que recoge testimonios, análisis de expertos e informes rigurosos sobre esta cuestión a menudo silenciada.

A diferencia de lo que sucede con otras adicciones, no ha habido ni una campaña de concienciación, ni siquiera un replanteamiento social que tenga en cuenta el severo deterioro que ocasiona en las relaciones personales, familiares y laborales, en la vida sexual del consumidor y en su salud mental. La pornografía puede aumentar la ansiedad y dificultar la capacidad para regular las emociones. A los adolescentes les afecta en el rendimiento cognitivo, el sueño, la capacidad de atención y la memoria. Los estudios neurocognitivos confirman estos efectos.

La pornografía tiende a convertir a las otras personas, especialmente a las mujeres, en un objeto, las cosifica y coloca en situación de ser receptoras de violencia física y verbal. La respuesta a los efectos que genera una industria, que mueve más de 400 millones de euros al año en España, debiera ser una bandera del auténtico feminismo. Ofrecer una respuesta adecuada a la pornografía, también a través de una educación sexual verdaderamente humanista, debe ser una prioridad para la sociedad y para la política.