La reacción que ha tenido el presidente chino Xi Jinping en las últimas horas es una prueba clara de que la crisis del coronavirus está provocando un terremoto en las estructuras de poder del régimen comunista. Ante las múltiples críticas y el malestar por la gestión de la nueva forma de neumonía, Xi ha querido ofrecer explicaciones, pero las explicaciones  han aumentado la sospecha de que se actuó mal. 

El 20 de enero fue el día en el que se confirmó oficialmente que el coronavirus se transmitía de persona a persona y no solo de animales a personas. Ese día el presidente chino dio la orden de actuar con contundencia. Esto era de dominio público. Lo que hemos sabido ahora, porque él mismo lo ha contado, es que trece días antes ya había dado instrucciones verbales para hacer frente a la enfermedad. Pero entre el 7 de enero y el 20 de enero, las autoridades de Wuhan, que estaban preparando una convención política, no actuaron seriamente. De hecho, en esos días se celebró una gran comida con centenares de comensales para dar sensación de que nada estaba ocurriendo. 

O Xi miente sobre sus instrucciones del 7 de enero o tiene que admitir que su capacidad de control sobre las autoridades regionales de Wuhan es escasa. Algo que supone cuestionar todas las reformas que ha hecho el propio Xi en la estructura del poder del partido comunista. Desde hace años el presidente chino ha llevado a cabo una “remaoización” del partido y del Estado que absolutiza su capacidad de control de todos los niveles del  poder.