Este domingo, en El Vaticano, el Papa Francisco ha optado por un minuto de profundo silencio, tras la lectura en la celebración del Domingo de Ramos, de la Pasión según san Marcos. No hubo homilía como suele ser habitual, sino un minuto de silencio que permitiera profundizar en el Misterio; un silencio evocador y fecundo ante tanta palabra banal y tanto ruido como nuestra sociedad vive a diario.

Sí hubo, sin embargo, después de la celebración, unas pocas palabras para la martirizada Ucrania, para las víctimas del terrible atentado de Moscú y para la situación que se sigue sufriendo en Gaza. El Papa no ceja en el empeño, ni permite que estas realidades caigan en el olvido, devoradas en el día a día por la tiranía de la actualidad mediática. Son lugares donde el sufrimiento de los hermanos nos interpela especialmente.

Ante ellas, el recuerdo sobrio, la oración y el silencio son también las mejores opciones para comenzar esta Semana Santa, anclados en la realidad que nos rodea, donde nada de lo humano nos puede ser ajeno, y donde Cristo, aclamado y triunfante en la entrada a Jerusalén que hemos rememorado este domingo, va a llevarnos de la mano hasta lo más profundo del misterio de su muerte y resurrección. Lo va a hacer, una vez más, con el estilo de Dios, que no es otro que el de la cercanía la compasión y la ternura, amándonos hasta el extremo y transformandonuestros corazones de piedra en corazones de carne para que no dejen de latir junto a los hermanos que más están sufriendo en este momento de la historia.