Cuando el presidente del Gobierno calla ante el acoso de su propio vicepresidente, puede dar la impresión de que Sánchez tiene miedo de contradecir a Iglesias, miedo a perder su apoyo parlamentario y a reconocer que se ha podido equivocar al elegirlo como socio de gobierno. O quizás se trata de los cálculos de Sánchez, según los cuales Iglesias se va desgastando día a día con su propia exposición intempestiva. Peligroso cálculo. Una u otra razón explicaría no solo sus silencios frente a las injurias de su socio a la Corona, sino a sus apoyos a la violencia desatada por la condena al rapero Pablo Hasél por enaltecimiento del terrorismo.

En cualquier caso, con esta aparente tolerancia, Sánchez lanza el mensaje de que lo importante para gobernar es ser flexible con quienes pueden amenazar su estabilidad personal, al margen de la justicia y de la defensa de las instituciones. Y esa manera de entender la democracia es lo que realmente la socava. El miedo nunca ha sido buen consejero, pero menos aún un cálculo maquiavélico que deja desprotegido al sistema constitucional y que siembra la semilla de un deterioro que puede ser incontrolable. Sánchez piensa que el tiempo corre a su favor, pero lo que está claro es que, en estas condiciones, corre en contra de nuestro sistema democrático.