No se ha andado con rodeos el Papa esta semana al hablar del aborto, calificándolo abiertamente de “homicidio”, el mismo término que empleó en el vuelo de regreso de Eslovaquia. La tragedia del aborto legal es uno de los grandes retos de civilización desde hace ya varias décadas, pero la cuestión afecta de forma muy directa al personal sanitario, tanto a los profesionales cristianos como a otros que, sin serlo, comparten unos fundamentos básicos sobre el respeto a la vida humana, el núcleo del juramento hipocrático.

De ahí la importancia del respeto a la objeción de conciencia, que debe ser reconocido y amparado por el ordenamiento jurídico. Desde la perspectiva del sanitario, se trata de un compromiso ético personal innegociable e incluso de “fidelidad a la profesión”.

“Ustedes están siempre al servicio de la vida”, les decía hace unos días Francisco a los participantes en un congreso de la Sociedad Italiana de Farmacia Hospitalaria y de los Servicios Farmacéuticos de las Autoridades Sanitarias. Frente a lo que calificó de “moda” que busca hoy “eliminar la objeción de conciencia”, el Papa animó a resistir, también como “denuncia de las injusticias cometidas contra la vida inocente e indefensa”. Eso no excluye, matizó, “cercanía” a las mujeres que se ven en ese terrible trance. Al revés: es preciso redoblar el compromiso y “permanecer cerca” de esas situaciones, algunas muy duras, para ofrecer soluciones respetuosas con la vida, las únicas que deberían contemplar un profesional sanitario y una sociedad decente.