Uno de los clásicos en los debates de ciencia política es el que enfrenta los modelos bipartidistas con los de consenso. El caso alemán muestra, sin embargo, que no tiene por qué haber antagonismo. El fin de la gran coalición supone en cierto modo una vuelta a la normalidad. El SPD en el gobierno, y la CDU en la oposición, podrán marcar perfil propio para revertir su sangría demoscópica.

Una clave de la estabilidad de Alemania ha sido la fortaleza de estos dos partidos, mientras que su indiferenciación alimenta los extremismos. Las reformas económicas de Gerhard Schroeder crearon el caldo de cultivo para la izquierdista Die Linke, mientras que el centrismo de Merkel dio alas a Alternativa por Alemania. El lado positivo de este pragmatismo son los consensos en las áreas más sensibles, con liberales y verdes incluidos. De eso también depende la estabilidad germana.

De ahí la preocupación de que, por este flanco, se avecinen retrocesos. Sin grandes novedades en política europea o económica, sin ideas claras conocidas aún frente a la pandemia, el futuro gobierno anuncia que abordará la legalización del cannabis, la ampliación del aborto o la maternidad subrogada.

Son iniciativas de ingeniería social y de ruptura de consensos básicos que suponen una preocupante novedad en el escenario político germano. Si esa línea prevalece, será un indicio de la falta de ideas del futuro canciller, Olaf Scholz, condenado entonces, más pronto que tarde, a provocar desencanto