Tras la retirada de Estados Unidos, Afganistán puede convertirse en una pesadilla para el mundo occidental que ha tutelado al país durante veinte años. Existe la perentoria necesidad de establecer un cauce de diálogo con el régimen talibán, no solo para evacuar a cuantos colaboraron con el fracasado Gobierno protegido por Washington, sino para evitar que el país se convierta en un semillero de yihadistas. Las grandes democracias occidentales cuentan con una baza a su favor: la necesidad de Afganistán de recibir una ayuda económica y humanitaria que evite el colapso económico y social.

Según reconoce en ABC Wolfgang Ischnger, asesor de Ángela Merkel para temas internacionales, el gran error occidental en Afganistán ha consistido en apoyar a un gobierno fantoche sin implicar al pueblo afgano, que ha estado dominado, en la práctica, por los talibanes. Ahora se trata de hacer compatible el obligado diálogo con el nuevo poder, con el derecho internacional y el respeto de los derechos humanos, algo que está por ver.

Todo ello sin descuidar la guardia ante otro gran problema que se avecina, como una ampliación de la pesadilla afgana: la expansión del yihadismo en los países centroafricanos, especialmente del Sahel, donde ya están asentados los más diversos grupos radicales, a pesar de los esfuerzos militares europeos por impedirla. A ello se añade la inestabilidad en las relaciones entre los países norteafricanos donde el islamismo radical espera su oportunidad para hacerse con el Poder.