Resulta inevitable fijarse en los elementos anecdóticos del consistorio cardenalicio presidido ayer por el Papa, obligado a adaptarse a las circunstancias del coronavirus. Con todo, en los siete consistorios del actual pontificado hay algunas constantes de fondo que permiten captar mejor este acontecimiento en el contexto del camino de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II.

Cada vez sorprende menos encontrar entre los nuevos cardenales a obispos de remotas y desconocidas diócesis de África, Asia o América Latina. También queda superada la imagen injusta de boato que todavía persiste en algunos ámbitos. La sencillez de un párroco romano o de dos religiosos franciscanos entre los 13 nuevos purpurados resalta el mensaje de que el cardenalato no significa honores y poder, sino entrega y servicio. Del mismo modo que perfiles como el del arzobispo de Washington o el del español Celestino Aós, arzobispo de Santiago de Chile, transmiten que ninguna consideración se antepone a la coherencia con el Evangelio, que en este caso se demuestra en el compromiso en la lucha contra los abusos sexuales.

Testigo de la reconciliación tras el terrible genocidio que afectó de lleno a su familia es el arzobispo de Kigali, Antoine Kambanda. Otro insobornable es el mexicano Felipe Arizmendi, reconocido por su entrega a los más pobres entre la población indígena de Chiapas. Son algunas pistas que señalan el camino de la Iglesia en este momento histórico.