La Organización Internacional para las Migraciones cumple 70 años y el Papa Francisco ha querido felicitar a esa institución de la que Santa Sede es miembro permanente. La Iglesia católica está directamente relacionada, por su misión y naturaleza, con todo lo relacionado con la movilidad humana y las personas desarraigadas.

El debate migratorio afecta a la integridad de las sociedades humanas. Lo ha subrayado el Papa al recordar, además, que la complejidad y magnitud del tema migratorio no puede ocultar que lo determinante no son las cifras sino las personas concretas, sujetos de derechos y dignidad, que son quienes deben centrar la comprensión del problema y sus soluciones. La tradición cristiana enseña el valor de la hospitalidad y el trato justo a todo ser humano.

Son muchas las tradiciones religiosas que comparten esos imperativos, que deberían fundamentar la política migratoria. Las personas migrantes plantean el reto de la acogida, pero también suponen grandes beneficios para los países que los reciben. En cualquier caso, advierte el Papa, no pueden ser valoradas sólo por su productividad, ni tratadas como moneda de cambio en conflictos políticos e internacionales.

Más allá de cálculos de intereses, debe trabajarse por evitar las situaciones irregulares, lo que frenará la voracidad de los traficantes de seres humanos; fomentar la integración desde el respeto a la cultura y a las leyes de los países de acogida, favorecer la reunificación familiar y el desarrollo integral de los países de origen. No se trata de estadísticas, sino de personas reales con sus vidas en juego.